Colombia
Mentes en aislamiento: así han vivido los jóvenes colombianos la pandemia
Cinco meses de estricta cuarentena dejaron huella en la mente de cientos de ellos. Los servicios de salud colapsados, la falta de atención estatal, la incertidumbre y la soledad fueron mitigados por familias, amigos, e iniciativas de voluntarios que se negaron a dejarlos caer. Estas son sus voces.
7 de Diciembre 2020 • Lectura 10 min
Aislar a millones de ciudadanos para contener el contagio de un virus. Impedir, de un momento a otro, la interacción social. Decretar que es una obligación mantenerse en casa. Trabajar, estudiar, entretenerse, hacer ejercicio, descansar, cocinar, comer, limpiar, dormir, atender videollamadas, informarse, desinformarse, sentir miedo de contagiarse, de contagiar, de morir. Preocuparse por el presente y por el futuro, convivir horas y días con los mismos en el mismo espacio. O estar solos. Restringir la movilidad, los deportes de contacto, cancelar la vida cultural, los sábados en la noche con los amigos, los encuentros en la universidad, las visitas. Distanciarse socialmente. No tocarse, no abrazar.
Durante cinco meses y cinco días, millones de colombianos se abstuvieron de salir de sus casas o lo hicieron solo en momentos excepcionales y bajo estrictas restricciones de movilidad. Este cambio abrupto en la vida cotidiana trajo sentidas consecuencias en la salud mental de las personas que muy pronto comenzaron a ser evidentes y que apenas empezamos a entender.
El estudio Solidaridad de Profamilia, que indagó sobre las consecuencias del confinamiento en la salud mental de los colombianos durante el primer semestre de 2020, encontró que durante los primeros 21 días de cuarentena el 73% de las 3549 personas encuestadas se sintieron más deprimidas y ansiosas de lo habitual. Los jóvenes entre los 18 y 29 años registraron los mayores puntajes de afectación “en todas las categorías de salud mental”.
Un segundo sondeo realizado entre mayo y junio a 1.000 jóvenes de Bogotá, entre 18 y 24 años, publicado por la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana, reiteró el cuadro: el 68,12% de los encuestados había padecido episodios de depresión y el 53,3% de ansiedad.
Los aislamientos aumentaron la violencia intrafamiliar y el consumo de sustancias psicoactivas. Y entre mayo y julio, el desempleo en jóvenes alcanzó el 29.7%, aumentando 12,3 puntos en comparación con 2019. En un año, 1,4 millones de ellos perdieron su trabajo.
“En el curso de la vida, la juventud es la etapa donde se corre más riesgo de sufrir trastornos de salud mental, es un momento de estrés particular”, nos dijo María Cecilia Dedios, doctora en psicología social y profesora de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes. “Ahora con la pandemia, los jóvenes enfrentan mayor incertidumbre frente a su futuro laboral, mientras pierden acceso a aspectos fundamentales como la educación, redes de soporte en familiares y amigos, así como actividades de esparcimiento”.
Con estas señales, el 22 de septiembre de 2020, periodistas de Mutante abrimos un grupo de Whatsapp con más de 200 jóvenes de Bogotá y Barranquilla (donde se vivieron los aislamientos más estrictos), que se postularon como voluntarios para participar de Activamente, un ejercicio de periodismo colaborativo con el que cuatro medios latinoamericanos —GK, Mutante, Chequeado y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP)— queríamos indagar los efectos de la pandemia y los meses de aislamiento en la salud mental de jóvenes en Ecuador, Argentina y Colombia, así como la respuesta de sus gobiernos.
Durante tres meses les compartimos información sobre el tema y utilizamos diversas herramientas digitales para entender cómo venían procesando la inesperada emergencia sanitaria. Al comienzo, les pedimos que nos contaran a través de una nota de voz si habían notado alguna afectación a su salud mental ligada a la pandemia:
Tengo un cuadro de depresión por el que estoy en tratamiento y que se agravó. Durante este tiempo he tenido crisis de ansiedad muy fuertes. Al principio fue muy angustiante ver a todo el mundo con tapabocas y darme cuenta de que seguramente no iba a haber una solución rápida.
No saber qué hacer ni cómo actuar me detonaba crisis. Llegaba a la casa a llorar, luego me tomaba mis pastas, meditaba. Después creí que me había contagiado de Covid y vino otra crisis de ansiedad. Pasé cinco días sin poder respirar bien. Sentía la garganta cerrada y aunque no tenía otros síntomas me sentía muy cansada. Imaginé que me iba a morir. Luego entendí que todo estaba en mi cabeza"
Aure Ramírez vive en Bogotá y es una estudiante de danza de 22 años que tuvo que cambiar el estudio donde bailaba por un estrecho espacio de la sala de su casa, el mismo lugar en el que convivía con su familia, trabajaba, asistía a videoconferencias, descansaba, dormía, y volvía a trabajar. “La saturación de virtualidad y los ruidos me generaban mucho estrés”, dijo. “Me costaba concentrarme en clase, mantenerme en calma. Fue muy complicado”.
La comunidad académica internacional ya venía investigando el impacto de las cuarentenas en la salud mental y había lanzado alertas. Diferentes autoridades científicas en Colombia y el mundo revisaron tempranamente estudios sobre el impacto que tuvieron medidas similares, implementadas para contener otras enfermedades como el SARS en 2002, la H1N1 de 2009 y 2010 o los brotes de Ébola en 2014, en Taiwán, Canadá, Corea del Sur, Liberia, China, Sierra Leona y Australia, entre otros países.
Un grupo de investigadores de la Universidad Nacional que revisó más de tres decenas de estudios internacionales en la materia concluyó que “son múltiples las alteraciones psicológicas asociadas (a los brotes pandémicos), desde síntomas aislados hasta trastornos complejos con un deterioro marcado de la funcionalidad, tales como insomnio, ansiedad, depresión y trastorno por estrés postraumático”.
Para estos académicos, la sensación de incertidumbre, la “brusca separación del contexto social o familiar y la posibilidad de que los planes de vida cambiaran de forma dramática” anticipaban los cuadros de depresión y ansiedad que rápidamente fueron evidentes. Además, el miedo al contagio del coronavirus estaba incidiendo directamente en individuos sanos, incrementando sus niveles de ansiedad y estrés e intensificando los síntomas de aquellos con trastornos mentales preexistentes.
Maria Claudia Dávila, de 26 años, nos contó:
Siento que la cuarentena y la pandemia incrementaron condiciones que ya me habían diagnosticado: ansiedad y depresión. Para mí las detonó el encierro, unido al miedo a que alguien cercano muriera. Me costaba muchísimo conciliar el sueño. También se me cerró el estómago, se me quitó el apetito, bajé de peso. Además, el exceso de pantallas y de información fue muy perjudicial. Tuve que reevaluar mi relación con la tecnología. Ahorita apago mi celular a las ocho de la noche, estoy intentando no desayunar redes sociales y practicar otros rituales, como el yoga, que me nutren en otros sentidos".
Un artículo publicado en febrero pasado por el Departamento de Medicina Psicológica del King's College, de Londres, muestra cómo, tras nueve días de cuarentena, la salud mental de los participantes —con y sin antecedentes problemáticos— ya se había afectado negativamente. Los académicos le recomendaron a los gobiernos que utilizaran los aislamientos obligatorios como último recurso, pues estaban relacionados con “sorprendentes efectos psicológicos negativos (que pueden detectarse meses y años después) y que deben atenderse y mitigarse”.
Las señales de que algo estaba cambiando no tardaron en aparecer en Colombia y los testimonios de nuestros voluntarios los constataron. Kevin Morales, de 25 años, nos contó que sufrió momentos de bloqueo mental y físico, pues se sentía impotente y desanimado. Harold Guerrero no podía conciliar el sueño antes de las tres de la mañana, y luego dormía hasta medio día. A la mente de Naileth Tovar, de 19 años, regresaron las ideas suicidas y autolesivas, y llegó incluso a golpearse las piernas hasta quedar amoratada. Maria José, también de 23, duró tres días sin salir de la cama y comenzó a tener “ataques de ansiedad” antes de acostarse a dormir.
En Bogotá, la Línea 106, que desde hace 22 años le brinda apoyo emocional a los habitantes del Distrito, casi duplicó sus llamadas desde abril hasta octubre, respecto al mismo periodo del año pasado y permaneció saturada, según explica Henry Alejo, psicólogo y epidemiólogo de la Secretaría de Salud de Bogotá.
En clínicas y hospitales, los dos servicios no relacionados con la COVID-19 que más se incrementaron con la pandemia fueron los maternos y los de salud mental, cuenta Fabian Cardona, vicepresidente de la Asociación Colombiana de Empresas de Medicina Integral ACEMI. Y Katherine Parra, directora médica de la Clínica La Paz, asegura que aún hoy las citas de los especialistas están a tope (entre 9 y 10 mil al mes) y el número de pacientes que consultan por primera vez aumentó al menos un 10% este año.
Las organizaciones civiles también sintieron la presión. “Sonaba el teléfono todo el día”, cuenta Gloria Nieto, presidenta de la Asociación de Personas con Esquizofrenia y sus Familias. Fue tal el desborde, entre abril y mayo, que Nieto resolvió redirigir a las personas a la línea de atención nacional que estableció el Ministerio de Salud.
Una reacción limitada
El 19 de marzo de este año, ante las advertencias nacionales e internacionales, el Ministerio de Salud convocó al Consejo Nacional de Salud Mental a una reunión extraordinaria con el objetivo de establecer un plan de acción para mantener “el máximo bienestar emocional y psicosocial de los habitantes” a raíz de la pandemia.
Cuatro días después, el ministro Fernando Ruiz anunció con grandilocuencia por televisión nacional que el país contaba con una “legión de 2,500 psicólogos” que se habían ofrecido voluntariamente para atender a quienes necesitaran ayuda durante la pandemia. Una noticia que fue ratificada un día después por la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, con similar entusiasmo.
La legión, sin embargo, nunca se materializó. Es cierto que el Colegio Nacional de Psicólogos recibió más de 4,000 solicitudes de profesionales interesados, según cuenta Pedro Pablo Ochoa, director del Equipo de Respuesta Psicológica frente al Covid-19 de esta organización. Pero en la práctica, “no se movilizaron los suficientes recursos para ponerla a marchar”. Así que solo un 10% de sus voluntarios terminó acompañando algunas líneas de atención oficiales, realizando actividades de pedagogía, comunicación y formación, sin recursos públicos ni infraestructura.
La falta de apoyo económico a la “legión” de psicólogos fue más una constante que una excepción en la respuesta que tuvo el gobierno frente al cuidado de la salud mental durante la emergencia. En los tres meses que duró esta investigación, no encontramos evidencias —ni respuestas oficiales— de que el Gobierno Nacional haya ampliado su presupuesto para reforzar la atención en salud mental de los colombianos, aunque en total desembolsó $929.000 millones de pesos para hacerle frente a la pandemia en otros asuntos del sector salud.
El único acto administrativo específico sobre salud mental que realizó fue la Circular 026 del 22 de abril de 2020, en la que le ordena a alcaldías, gobernaciones y Entidades Promotoras de Salud (EPS) caracterizar los efectos de la pandemia en la salud mental de la población, conformar paneles de expertos locales, implementar unidades móviles de atención, consultas domiciliarias y telemedicina, así como monitorear permanentemente las brechas de acceso a los servicios, entre otras. En otras palabras, según coinciden tres fuentes expertas, el gobierno colombiano principalmente comenzó a desatrasarse de obligaciones que tenía pendientes, pues estas acciones ya estaban contenidas en la Ley de Salud Mental de 2013 y la Política de Salud Mental de 2018 .
De resto, las autoridades nacionales se enfocaron en dos acciones: una estrategia de comunicación y la promoción de líneas de atención. Por un lado, elaboraron guías básicas para el cuidado emocional durante el aislamiento y realizaron algunos webinars con expertos, en los que primó un discurso orientado al autocuidado, en el que la salud mental aparece como una responsabilidad personal o familiar y no como un asunto de salud pública que debe ser atendido por profesionales.
En abril, con 500 mil dólares del gobierno canadiense, lanzó la línea de apoyo nacional 192 opción 4, impulsó la creación de al menos tres líneas locales (en Santa Marta, Mitú y Amazonas) y abrió un piloto de teleorientación en Huila y Boyacá.
Por último, aceptó la ayuda de Way Medicals, un emprendimiento de la Universidad de Envigado y un grupo de empresarios, quienes le ofrecieron -sin costo- al gobierno su nueva plataforma de telemedicina para que psicólogos voluntarios orientaran a ciudadanos de todo el país. Way Medicals vinculó, a través del Minsalud, a 263 psicólogos y atendió a 1973 pacientes en cinco meses, pero con el tiempo las citas disponibles comenzaron a escasear.
Casi ningún voluntario de Activamente acudió a estas líneas o a sus EPS, y cuando lo hicieron no tuvieron buenas experiencias. Una encuesta que 50 de ellos respondieron, revela que a la hora de buscar ayuda, solo el 8% acudió directamente a estos canales y al pedirles que calificaran, de 1 a 5, la calidad de la atención que recibieron, ambas sacaron los puntajes más bajos.
Kevin Morales nos habló su larga secuencia de ensayos, errores y obstáculos para encontrar alivio:
La psicóloga asignada a mi teleconsulta en [la EPS] Sura estaba a reventar de citas, así que solo me dio tips y lecturas. Ella sugirió solo que usara ‘mindfulness’ como forma de atender mi estrés y ansiedad. Obviamente salí muy decepcionado de la cita. Nunca más me llamaron. Supongo que al no ser un paciente con urgencia psicológica, fui dado por solucionado. Luego llamé a la línea de atención del Ministerio de Salud (192 opción 4) y noté que era solo una persona atendiendo llamadas, no funcionó. Acudí entonces a Psicólogos Unidos por Colombia, un programa que me brindó tres sesiones gratuitas y fue medianamente bueno, pero al final me sentía insatisfecho. Solo cuando acudí a un psiquiatra particular, más costoso, me sentí mucho mejor”.
Resulta difícil establecer el número de personas que pasan por la misma frustración que Kevin al buscar ayuda. En la Superintendencia de Salud nos reportaron que tienen por lo menos 200 quejas contra EPS de pacientes de salud mental, pero al preguntarle a la entidad sobre los motivos y la evolución de los casos, los voceros no se mostraron disponibles. Sin embargo, las fallas de las EPS durante la pandemia ya eran evidentes desde julio, cuando la Supersalud anunció posibles sanciones a 15 de ellas y contabilizó 34.639 quejas desde marzo, por su mala atención, la dificultad en la asignación de citas, la tardanza en la entrega de medicamentos, entre otros.
Sobre la gestión de las líneas nacionales, el Ministerio contrató, entre abril y agosto, a 36 teleorientadores y cuatro supervisores que recibieron 11.457 llamadas. La línea nacional funcionó hasta el 15 de agosto por falta de financiación, duró inactiva durante un bimestre (solo redireccionó a otras líneas) y volvió en noviembre, con financiación de la cooperación estadounidense, por dos meses y con la mitad de los especialistas.
Con respecto a las EPS, responsables de atender la salud del 95% de los colombianos, el panorama es aún más opaco. De nuestras conversaciones con los voluntarios pudimos verificar consistentemente el malestar frente a su servicio: A Manuela Gómez, de 20 años, le ofrecieron citas para dentro de seis meses; a Angélica Sánchez, de 29, Compensar le programó una cita con un psiquiatra, porque las agendas con psicólogos estaban agotadas, pero finalmente también se la cancelaron. Alan Cabas, en Barranquilla, pidió cita en Sura durante todo mayo y junio, pero solo había disponibles para agosto y septiembre. Todos terminaron consultando psicólogos particulares.
Cuando quisimos acceder a la información de las siete EPS con más afiliados en Bogotá y Barranquilla, nos encontramos con un silencio amurallado. Ninguna respondió a derechos de petición que enviamos el 27 de octubre, ni a solicitudes de entrevistas. Salud Total, encargada de atender a 3.4 millones de colombianos, nos contestó que no respondería por cuestiones de “confidencialidad”, pese a que en ningún momento solicitamos información sobre pacientes particulares.
“No vas a encontrar esos datos, las EPS nunca los han soltado, esa ha sido mi pelea por años”, nos dijo Rodrigo Córdoba, antiguo vicepresidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, “es un problema prepandémico”.
Adicionalmente, un análisis de las cuentas en Facebook y Twitter de las seis EPS que más ingresos perciben en Colombia, revela que de las 11.026 publicaciones que hicieron entre marzo y agosto sobre diversos temas, menos del 1% tenían que ver directamente con la salud mental, un indicio de que no fue prioridad para las EPS, al menos en sus comunicaciones. Los pocos mensajes que se difundieron se enfocaron principalmente en consejos de autocuidado, y solo 13 de ellas promovieron el acceso a sus servicios psicológicos y psiquiatras.
Las redes afectivas y las iniciativas ciudadanas suplieron el vacío
¡Hola! Ojalá espero que este mensaje te encuentre bien. Han sido tiempos difíciles, creo que para todos. Por eso he creado este grupo. Me encontré a mí misma en medio de una crisis que no supe sobrellevar sola y tuve que acudir a un profesional, un medicamento, una clínica. La salud mental ha sido mi interés académico desde muy joven, pero este último año ha sido mi práctica cada día. Con este grupo busco co-construir apoyo y comunidad segura para hablar y ser libremente y así procurar el bienestar, el autoconocimiento y el empoderamiento de las integrantes".
Hace dos meses, Keiko Arbelaez, voluntaria de 28 años, le envió este mensaje a un grupo de amigas que había conocido a finales de 2019, cuando estuvo hospitalizada en la Clínica La Inmaculada, en Bogotá, por un episodio de paranoia. Así nació el grupo Salud Mental Anónimus, del que ya hacen parte 14 personas, todas con diagnósticos psiquiátricos. Se reúnen semanalmente por Zoom. Keiko es licenciada en artes de la Universidad Pedagógica y estudió algunos semestres de psicología, así que las sesiones se acompañan de ejercicios expresivos, de dibujo, danza y escritura.
De estos meses de conversación con los jóvenes voluntarios de Activamente, surge una conclusión clara: la mayoría lidió con sus emociones sin acompañamiento profesional. El 36% de los encuestados acudió a su familia y amigos, el 14% no buscó a nadie y lo asumió en soledad, y el 11% contactó a grupos de apoyo o líneas de atención universitarias que surgieron o se fortalecieron durante la pandemia. Estas redes, además, recibieron valoraciones muy superiores a las recibidas por las EPS y las líneas gubernamentales, pues los jóvenes tuvieron buenas experiencias el 80% de las veces.
Las universidades jugaron un papel clave para llenar el vacío que dejó el sistema de salud colombiano. Esto es evidente en las actas del Consejo Nacional de Salud, donde tempranamente el Ministerio les solicitó apoyo, pero aclaró que no tenía dinero para financiar sus iniciativas. Diferentes instituciones activaron a sus equipos de bienestar y ofrecieron clases de yoga, sesiones de encuentro entre pares y la apertura de líneas telefónicas atendidas por profesores y estudiantes.
Naileth Tovar llamó desde Barranquilla a Mentes Colectivas, de la Universidad Javeriana, al no haber conseguido atención en Sura, su EPS. Los estudiantes de la universidad la ayudaron a salir de una crisis después de que la pandemia le detonara ideas autodestructivas.
Mentes Colectivas, reúne a 70 estudiantes voluntarios de Psicología, Enfermería y Medicina que atienden a través de chats, llamadas y videollamadas y le ofrece seguimiento a los usuarios. El proyecto comenzó acompañando a estudiantes de esa universidad, pero se amplió en septiembre y ha recibido 600 llamadas de todo el país. Pronto, un segundo grupo de 48 voluntarios se unirá al programa.
Aunque en Colombia, al menos en el papel, parece haber un consenso alrededor de la necesidad de fortalecer estas redes de apoyo social, familiar y comunitarias para avanzar en la gestión de la salud mental de los colombianos. En la práctica, estas redes siguen operadas sin recursos estables, desvinculadas del sistema de salud y sujetas a la volatilidad propia de las redes de voluntariado.
Cerrar la brecha
Los problemas de acceso a servicios de salud mental no son tema nuevo. "La falta de acceso es estructural y de largo tiempo, y se ha agudizado durante la pandemia”, reconoce Nubia Bautista, subdirectora de Enfermedades no Transmisibles del Ministerio de Salud. Bautista explica que la brecha tiene varios orígenes. Por un lado, el estigma alrededor de la salud mental genera que “la mitad de las personas no consulten”, por miedo a ser juzgados. Pero también ocurre que los médicos generales y enfermeros, no están preparados ni formados”. De hecho, en algunas facultades de medicina, la salud mental es una materia electiva.
Para Miguel Uribe, director del departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad Javeriana, los sistemas tradicionales de consulta de las EPS “no se han transformado de manera que sean más cercanos y amigables para los jóvenes”. Afirma que hay una necesidad de desarrollar nuevas formas de acceso, y esto habría que diseñarlo con la participación de ellos, para que el servicio responda a sus necesidades.
Este no es un asunto menor, pues las advertencias de que en unos meses los problemas de salud mental se recrudecerán, vienen desde todas las direcciones. Nubia Bautista, asegura que es posible que los intentos de suicidio aumenten en el país dadas las “profundas consecuencias sociales de la pandemia”. Por su parte, La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido clara en advertir que “a menos que nos comprometamos seriamente a aumentar la inversión en salud mental ahora mismo, las consecuencias sanitarias, sociales y económicas (de la pandemia) tendrán un gran alcance. Ya estamos viendo su impacto en el bienestar mental de las personas, y esto es solo el principio”, dijo en octubre su director Tedros Adhanom.
Mientras tanto, organizaciones, universidades, pacientes y jóvenes como Arianna Ramírez, voluntaria de la red, de 22 años, no se van a quedar esperando respuestas que quizás tarden demasiado. Saben que desatender la salud mental implica desatender la vida y reconocen que el camino más claro para hacer de este un tema de interés nacional es comenzar a romper los estigmas.
El año pasado, el suicidio de un estudiante de su universidad llevó a Arianna a crear #HablemosDeSaludMental, un proyecto con casi 5.000 seguidores, en el que a través de Instragram promueve, junto a nueve psicólogas, la prevención del suicidio, la desestigmatización de las enfermedades mentales y la necesaria apertura de una conversación más amplia e informada sobre un tema al que el silencio le ha salido muy caro.
“Cuando este chico se suicidó en la Javeriana, escuché a sus compañeros decir que él ya les había dado señales, pero que ellos no lo tomaron en serio, no le creyeron”, nos dijo. “Yo soy paciente de salud mental desde que tengo 15 años, entiendo muy bien por lo que ese chico pudo haber pasado. Por eso me pregunto si su muerte hubiera podido evitarse, si su círculo se hubiera detenido a leer esas señales. Es que podemos y debemos dejar de banalizar la salud mental. La pedagogía y la información salvan vidas”.
Luz Esperanza Joya, psicóloga voluntaria, Bogotá
"Para alguien que busca ayuda psicológica, animarse a levantar la mano y no recibir una respuesta puede ser doblemente frustrante. Llamar a una línea de atención y que no contesten, pedir una cita y que el psicólogo no llegue. Muchos asisten a estos canales porque están atravesando crisis que necesitan atención inmediata. Así que para mí es vital estar ahí. Y si la plataforma está fallando, intento encontrar la manera de hablar con la persona. Nunca sabes por lo que está pasando”
Luz Esperanza Joya vive en Bogotá y hace 6 meses dedica sus mañanas a orientar a personas, de toda Colombia, a través de Way Pacientes, una plataforma de telemedicina habilitada en abril por la Universidad de Envigado y el Minsalud.
Laura Saavedra , Bogotá, 28 años
“Yo no era una persona socialmente activa. Siempre he sido una retraída, no me gusta mucho salir, entonces al principio pensé que la pandemia no iba a afectarme. Pero estoy pasando por un proceso de tránsito de género y con la pandemia comenzaron a limitar mi acceso a los servicios de salud y eso sí me ha frustrado muchísimo. Me desespero, todos los días tengo que pelear por algo nuevo. De hecho, estaba en un tratamiento psicológico antes de la pandemia y lo suspendí, ya no siento la necesidad de socializar, ya no tengo ganas de hablar con nadie.”
Laura Saavedra es una mujer trans, vive en Bogotá y estudia filología en la Universidad Nacional. En enero comenzó un tratamiento hormonal que requiere de supervisión médica y psiquiátrica.
Harold Guerrero, Barranquilla, 26 años
Harold Guerrero es negociador internacional y perdió su empleo durante la pandemia. A partir de este suceso y ante los problemas económicos en su casa, bajó su autoestima: “me di cuenta de que no tenía una buena salud mental, desconfiaba de mí, sufrí trastornos del sueño, insomnio…”. En sus desvelos, lo que más pensaba era “tengo que conseguir empleo” y con el tiempo, al no encontrar, sentir que se había esforzado tantos años preparándose y que aquel momento eso “no servía para nada” lo hizo perder la esperanza. Su antídoto ha sido la música, buscar ayuda psicológica para su madre, la jefe de hogar, y ser voluntario en AFS Programas Interculturales, una ONG de intercambio cultural.