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Formar en pensamiento crítico para combatir la desinformación desde las escuelas

¿Se puede aprender en la escuela a identificar contenidos falsos que llegan por WhatsApp o redes sociales? ¿Qué contenidos escolares ayudan a los estudiantes a identificar desinformaciones expresadas por referentes culturales o políticos? Estas habilidades ¿forman parte de las currículas actuales? ¿Es la alfabetización mediática e informacional (AMI) un aspecto considerado en la educación formal?

Estas preguntas surgen entre las personas y organizaciones que trabajamos en educación, periodismo de datos y verificación. La circulación de desinformación, acelerada en los últimos años por la masificación de las redes sociales, preocupa por los daños tangibles y potenciales a la salud, la democracia y la toma de decisiones informadas. Ahora, con los últimos avances en inteligencia artificial, su producción y viralización podría adquirir nuevos órdenes de magnitud.

Los resultados recientes del estudio que realizamos desde el Programa de Educación de Chequeado -que forma tanto a periodistas como estudiantes y docentes de nivel secundario- aportan algunas respuestas.

En este proyecto nos propusimos identificar qué habilidades, dentro de un grupo que consideramos necesarias para identificar posibles desinformaciones, están incluidas en los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios (NAP) que rigen los programas nacionales de educación en Argentina, en nivel primario y medio. Los NAP no son un reflejo de lo que ocurre en las aulas, pero lo que dicen estos documentos es clave porque, muchas veces, fundamentan decisiones de política educativa, como el diseño de lineamientos curriculares provinciales, el desarrollo de programas de formación docente o el diseño de recursos educativos.

El estudio, que se puede encontrar aquí, fue realizado sobre 15 documentos curriculares que van desde primer grado hasta quinto y sexto año y abarcan las distintas áreas disciplinares. Entre los principales hallazgos, se destacan:

  • El concepto de “desinformación” no aparece en ninguno de los documentos analizados (tampoco posverdad, fake news u otros relacionados). Se identifica falta de sistematicidad en el abordaje del fenómeno de la desinformación así como de las habilidades necesarias para identificar contenidos que incluyan información falsa y/o engañosa, incluso en los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios de Educación Digital, Programación y Robótica, que fueron desarrollados en 2018 cuando este concepto ya estaba instalado en la agenda política, mediática y social.
  • Habilidades como evaluar una fuente de información, distinguir enunciados con elementos factuales de enunciados con elementos no factuales y reconocer falacias lógicas tienen baja presencia. Aparecen principalmente en el nivel medio (escuela secundaria) y en asignaturas como lengua, lengua y literatura, filosofía y formación ética y ciudadana.
  • Hay otras habilidades que están prácticamente ausentes. Por ejemplo, entre las habilidades de metacognición (es decir, aquellas vinculadas con la capacidad de tomar conciencia y reflexionar sobre nuestros pensamientos y aprendizajes) identificar la ignorancia propia o general sobre un tema es una habilidad de fundamental: aprender a identificar aquello “que no sé” o “no se sabe”, nos posiciona mejor para aprenderlo o, al menos, para no aceptar supuestas verdades o rechazar supuestas mentiras sin chequearlo antes. Lo mismo sucede con identificar sesgos cognitivos, como el sesgo de confirmación, que nos hace ser menos críticos con aquello que confirma nuestras creencias previas.

Promovida por la UNESCO, la alfabetización mediática Informacional (AMI) se ha convertido en una necesidad para ejercer lo más plenamente posible nuestros derechos. Países de todas las regiones la incorporan o fortalecen en sus diseños curriculares, recursos para estudiantes o formación docente (ver, por ejemplo, Uruguay, Finlandia o Australia).

Mejorar la calidad de la información que circula depende de muchos actores. Medios de comunicación, educadores, gobiernos, empresas de tecnología y ciudadanos en general tenemos distintas responsabilidades y oportunidades. El acceso a la tecnología y a condiciones y recursos para informarse e informar es fundamental. La educación mediática tiene historia en nuestro país. Aún así, reconocemos desde la comunidad educativa que hay mucho por hacer.

En el informe presentado, además de mostrar las presencias y ausencias de algunas habilidades, identificamos muchísimas oportunidades: decenas de contenidos que, en diálogo con el contexto, los docentes utilizamos y podemos utilizar para trabajar nuevas habilidades asociadas a contrarrestar la desinformación y que son, a su vez, una oportunidad para fortalecer de modo mucho más amplio el pensamiento crítico.

 

Esta columna fue publicada originalmente en el diario Clarín (Argentina).

 

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