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Nuevos compromisos democráticos en la era de la IA

Imaginemos el año 2035. Los teléfonos celulares desaparecieron, reemplazados por dispositivos de realidad virtual. Millones de mentes están conectadas a través de chips cerebrales. La inteligencia artificial transformó buena parte de los trabajos que conocíamos. Este es el mañana, que está llegando.

En la era del capitalismo de plataformas, el desafío de distinguir lo verdadero de lo falso se torna monumental. En un mundo donde cada persona podría tener su propia realidad personalizada, la construcción de una realidad compartida resulta más crucial que nunca para resolver nuestros problemas colectivos. Como advierte María Ressa, premio Nobel de la Paz: “Sin hechos, no existe la verdad. Sin verdad, no existe la confianza. Sin confianza, no existe la democracia”. El escenario actual en la Argentina ilustra esta encrucijada. En lo que va de 2024, hemos presenciado un inédito ecosistema en el que actores del campo político, ejércitos de trolls e influencers en las redes se retroalimentan para amplificar y distorsionar contenidos a velocidades vertiginosas. La línea entre realidad y posverdad se desdibuja cada vez más.

La desinformación se convirtió en uno de los mayores riesgos globales (World Economic Forum, 2024). Ya no es solo un problema de fake news, es una herramienta de poder usada para distorsionar el debate público, polarizar comunidades y erosionar la confianza en las instituciones. Según una encuesta reciente de Voices, el 52% de los argentinos consideran que todos o casi todos los días se encuentra con noticias falsas y el 76%, que la desinformación es una amenaza para la democracia. Los datos representan una crisis de confianza que erosiona los fundamentos de nuestra vida en común.

Ante a esta realidad, la verificación de datos o fact checking consolida su rol como un pilar fundamental para aportar evidencias en el debate público, y la tecnología también puede ser una poderosa aliada de la verdad. Pero solo el empoderamiento de ciudadanos ejerciendo el pensamiento crítico frente a los contenidos que circulan será clave para navegar la incertidumbre y mejorar la calidad de la conversación pública.

La magnitud del desafío exige una respuesta colectiva: ninguna organización, disciplina o sector puede enfrentar solo la crisis de desinformación o la ruptura de la confianza. Por eso es fundamental trabajar en red con educadores que forman ciudadanos críticos, académicos que investigan los impactos de la desinformación, líderes cívicos que movilizan a sus comunidades y tecnólogos que desarrollan herramientas para luchar contra la desinformación. Esta colaboración no es opcional. Es la única forma de construir un ecosistema robusto de información confiable. Cuando docentes universitarios incorporan la verificación de datos en sus programas, organizaciones barriales aprenden a detectar contenidos falsos, cuando programadores desarrollan algoritmos para detectar deepfakes, periodistas adoptan protocolos rigurosos de fact checking, estamos fortaleciendo una red de comunidades comprometidas con la verdad. La información precisa no es solo un insumo para tomar mejores decisiones: es la base para conocer y transformar la realidad.

El futuro que imaginamos no está escrito en piedra. Está en cada decisión que tomamos hoy. Por eso, proponemos 4 compromisos fundamentales: ser embajadores incansables de la información verificada, alentar el pensamiento crítico (a través de programas de alfabetización mediática), apoyar el periodismo de interés público basado en evidencia y reclamar transparencia y acceso a datos en todos los niveles de gobierno, a todos los Estados y a todas las plataformas tecnológicas.

La democracia no puede esperar. En un mundo que corre cada vez más rápido, necesitamos reconstruir la confianza social con más ciudadanos empoderados, medios libres e independientes para controlar a los factores de poder e incentivos positivos de las redes sociales que favorezcan la integridad de los contenidos y no su degradación. Para forjar sociedades más abiertas y plurales, es impostergable refundar el debate público sobre la base de información confiable. Y más que nunca necesitamos una ciudadanía crítica para distinguir lo verdadero de lo falso. No es un lujo: es una necesidad democrática.

Esta columna fue publicada originalmente en la edición impresa del diario La Nación (Argentina).

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