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¿Por qué mienten los líderes?

Por Laura Zommer y Mario Riorda

En el plano internacional, la mentira no necesariamente es un mal comportamiento. Muchas veces es considerada necesaria, inteligente y hasta virtuosa, alerta el profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer. Sin embargo, vaya paradoja en la evidencia que él mismo encontró: los líderes casi no les mienten a otros países, sino que parecen más inclinados a mentirle a su propio pueblo. Y lo hacen desde un patrón común: creer que el engaño trae beneficios estratégicos.

Partamos de una premisa central: ¿qué es la mentira política? Guy Durandin es muy pedagógico: la mentira consiste en dar voluntariamente a un interlocutor una visión de la realidad diferente de la que uno mismo tiene por verdadera. Esta definición deja entrever que la mentira también puede ser sostenida aun en ausencia de un conocimiento de la realidad, lo que -para justificar decisiones- implica que puede haber mentira junto con ignorancia y desconocimiento.

Veamos una elocuente muestra de 1119 discursos políticos del oficialismo y de la oposición que tomaron estado público en la Argentina desde 2010 y analizó Chequeado, una organización dedicada a verificar el discurso público. La mitad de los discursos está fuera de la realidad y solo un cuarto dice la verdad. El 49,86% de los discursos fueron considerados por Chequeado “totalmente falsos”, “insostenibles”, “engañosos” o “apresurados”. Muchos adolecen de “enmascaramiento”, lo que implica no contar la historia completa, rebajar la gravedad de hechos y daños u oscurecer aspectos delicados de sus propias operaciones de respuesta. Un cuarto de los discursos estudiados tienen algo de verdad, pero no son incuestionables. Son “verdaderos, pero…”, lo que implica que son consistentes con los datos disponibles, pero omiten algún elemento del tema o su contexto; o son “discutibles”, lo que supone que la conclusión de si son verdaderos o no depende de las variables con las que se analicen. Finalmente, de los discursos contrastados en la Argentina, solo un cuarto, el 25,73%, corresponden a discursos chequeados como “verdaderos”. Esto es, están sustentados en datos verificables.

Estos números, surgidos del chequeo regular de casi ocho años desde www.chequeado.com, evidencian múltiples formas en las que la verdad no aparece en el discurso político argentino. Y es importante aclarar que hay diferentes dimensiones de mentiras. Algunas se relacionan con aspectos psicológicos del liderazgo. Se puede mentir para la autoglorificación, por ejemplo. Sin embargo, son más comunes las mentiras para implementar políticas públicas y evitar oposiciones fuertes. Se les llama “mentiras de interés general”. Suelen tener el propósito de convertirse en el equivalente privado de las mentiras piadosas -como mal menor-, aunque muchas veces esconden los verdaderos efectos esperables de las políticas o acciones. Por ejemplo, los fondos presupuestados para las universidades aumentaron un 106% en la gestión de Cambiemos. Sin embargo, si se toma en cuenta la inflación de ese período, no hubo un aumento en el presupuesto.

También entra en esta categoría lo que en Oriente se conoce como tatemae, información que todos saben que no es verdadera, pero que se cree conveniente para sostener un discurso público o proteger las instituciones. Algo así como verdades inmencionables que encubren algo que no está bien, pero que, de hacerse público, podría ser muy perjudicial para el sistema que las sostiene. No molestan en la medida en que estén ocultas. El financiamiento ilegal de la política es un claro ejemplo de esto que afecta a la mayoría de los grandes partidos políticos.

Lo mismo pasa en situaciones de crisis en que los líderes hacen todo lo posible por no mentir abiertamente, pero por lo general se creen con derecho a decir cosas engañosas en un intento de tranquilizar a la población. Si bien pretenden reducir la incertidumbre pública y política causada por la crisis influyendo en las percepciones y emociones del público, Thomas Halper advierte que en las crisis “los funcionarios pueden ver en ocasiones mayores ventajas en la ocultación que en la exposición”. Algunos funcionarios sostienen tímidamente que las crisis otorgan a los gobiernos cierto “derecho a mentir”. Aparte de la cuestión ética, esta estrategia suele producir el efecto opuesto. Los ciudadanos se enteran de la otra mitad de la verdad o intuyen simplemente que no se está siendo franco con ellos, lo que de por sí agrava su preocupación.

Hay un tercer tipo de mentiras de carácter defensivo. En política se miente para provocar controversias públicas y ubicar el debate sobre situaciones que de otro modo no serían relevantes. La más reciente fue la generada por varios referentes del kirchnerismo sobre la instauración del cepo, en ocasión de un comunicado desde el BCRA por el que el Ministerio de Hacienda anunciaba que dejaba de realizar la subasta diaria que venía haciendo desde que llegaron los fondos del FMI. O también se puede mentir para distraer. Aquí entran también las situaciones de cheap talk, un concepto muy usado en economía que representa la idea de palabras vacías que, en principio, no deberían afectar el desarrollo de la interacción entre actores. Es retórica vacía, hablar sin decir nada. Saraza, desde el argentinismo. Si no hay crisis, no produce efectos negativos. Pero en situaciones problemáticas representa un peligro, porque estos actos de habla tienen la intención de no aclarar nada y en una crisis lo que se busca es información que calme la incertidumbre. La conferencia de prensa del presidente Mauricio Macri a mediados de julio, anunciada con antelación y en el marco de una crisis económica, generó este efecto contrario por las expectativas generadas.

Y por último, es muy frecuente mentir para denigrar al otro; se trata de mentiras ofensivas que buscan modificar el comportamiento o la percepción de un adversario.

¿Qué hay de común en todas estas formas de mentira? La falta de transparencia. En todo ejercicio público, la transparencia no es un punto de llegada, sino de inicio. Es aportar contenido informativo y racional que garantice un mínimo de veracidad en el conocimiento de los aspectos públicos para que los ciudadanos puedan decidir.

Frente a la mentira hay antídotos. Incluso frente a la plaga que representan las noticias falsas popularizadas en el mundo como fake news. Uno de ellos es clave: chequear noticias. Forma parte de la obligación republicana de dotar de contenido pedagógico la construcción diaria de la democracia, frente a ciertas prácticas que muchas veces caen en la mera subjetividad. Porque hay discrecionalidad en quienes ejercen el poder en nombre de los ciudadanos. Y hay que hacer de la falta de transparencia, incluida la mentira, una empresa de “alto riesgo”, parafraseando la filosofía de Transparencia Internacional (TI).

Los ciudadanos lo advierten cada vez más. El 58,7% de los argentinos afirmaron recientemente que intentaron chequear alguna noticia publicada, según se desprende de un sondeo de 1200 casos realizado a principios de agosto en todo el país por Gustavo Córdoba y Asociados. Es un salto sideral de conciencia cívica. Facebook es la red social que recogió más dudas según el 41,7% de los consultados; el 16,4% mencionó portales de noticias y el 12,7%, Twitter. Y esa conciencia además está seguida de un pedido concreto (y, sin duda, controvertido): el 51,3% considera que las redes deberían retirar el contenido falso. Aunque ese dato esconde asimetrías. En el nivel educativo más bajo, esa demanda baja al 36,7%, mientras que en niveles educativos más altos trepa al 71,2%. La educación dice mucho del contenido que se pretende consumir.

Así que la mentira existe, pareciera que le sirve a la política en varias circunstancias, pero queda claro que no le sirve a la ciudadanía. Hay modos de prevenir: chequear contenidos, por ejemplo. Chequear, aunque genere controversias, siempre es mejor que no chequear. Son pasitos democráticos valiosos y de construcción colectiva. Pasitos que van limpiando, poco a poco, a los portadores de verdades que no son tales.

 

Laura Zommer es directora ejecutiva y periodística de Chequeado.

Mario Riorda es politólogo y director de la Maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral.

Esta nota fue publicada originalmente en el diario La Nación. Ver acá.

Comentarios

  • Araucaria Digital13 de noviembre de 2018 a las 4:19 pmestupendo articulo, muy motivmnte pra hacer el mismo ejercicio aquí en el estado en donde yo vivo y que, la mentira o ausencia de verdad, ha flagelado a los ciudadanos. saludos afectuosos y los seguiré leyendo. Paco

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