Las redes en tu cabeza: cómo impacta la tecnología en la memoria y la salud mental
- Con la pandemia estuvimos mucho más tiempo conectados y nuestras relaciones sociales pasaron a darse casi totalmente en pantallas.
- Pero, ¿qué efecto tiene el uso de la tecnología y las redes sociales en nuestra salud mental y cómo impacta en cuestiones básicas de nuestra vida, como la memoria?
- En el #InfoDeLaBuena de este mes te trajimos estudios para que entiendas un poco mejor qué podríamos mejorar para ser más felices usando las redes sociales.
Mi pareja siempre recuerda las fechas de cumpleaños de la familia. No sé cómo hace, pero se acuerda: el tío Mario, la abuela Ramona, el hijo de la nieta del sobrino del marido de Pampita. Ojo, yo no soy un desmemoriado: recuerdo cómo llegar a todas las casas de todos nuestros familiares y amigos más cercanos. En auto, en bici o en colectivo, me acuerdo en todos los casos.
Pero, ¿por qué nos pasa esto? ¿Será que algunas personas sólo recuerdan cumpleaños y otras sólo recuerdan direcciones? ¿Será que algunas personas tienen el gen de las fechas y otras el gen de los lugares? La respuesta es mucho más interesante y tiene un nombre: “memoria transaccional”.
Cuando dos personas se conocen mucho y entablan una relación duradera en el tiempo (pareja, familiares, amigos, etc.) forman un sistema de memoria compartida: la memoria transactiva. Esto significa que, aprovechando el vínculo que tenemos, distribuimos la tarea de recordar información, poniendo en común nuestros recursos cognitivos: ¿Para qué voy a recordar los cumpleaños, si mi pareja se encarga de eso? ¿Para qué voy a recordar cómo llegar a lo de mi sobrina, si mi pareja lo recuerda perfectamente? De este modo, ahorramos un montón de energía, evitamos duplicar la información y ampliamos nuestra capacidad de almacenarla.
Ahora pensá en tu memoria transactiva: ¿Con quién pasás más tiempo? ¿Quién te conoce mejor? ¿En quién confiás cuando necesitás información rápida y certera? Exacto: en tu teléfono celular. Es como una pareja digital que puede almacenar miles de millones de datos, que está siempre disponible, que atiende enseguida, nos quita la enorme responsabilidad de guardar recuerdos y nunca se ofende porque miramos un episodio de nuestra serie favorita sin decirle. Y además nos viene genial, porque podemos aprovechar toda la energía ahorrada para… mirar series, jugar jueguitos, trabajar, scrollear redes sociales a ver qué pasó con el escándalo de la semana.
Pero también es una relación frágil: si se rompe, te lo roban, se quedó sin batería, no anda internet, se cayó WhatsApp o Gmail, o lo que sea… te invade una sensación de pérdida y angustia que va mucho más allá de lo material: una parte de tu memoria transactiva, una parte de quién sos vos depende literalmente de ese objeto. O sea, el celular es una pareja bastante tóxica.
Un equipo de científicos decidió medir cómo impacta internet en nuestra memoria. Hicieron unos cuantos experimentos. El primero trataba de responder esta pregunta: ¿En qué pensamos primero cuando nos hacen una pregunta difícil? Para responderla, reunieron a varios estudiantes universitarios y les hicieron preguntas, algunas difíciles (“¿cuántas lunas tiene Saturno?”) y otras sencillas (“¿cuántos dedos tiene una mano?”). Inmediatamente después, les mostraban una pantalla con palabras relacionadas con internet en diferentes colores (“Google”, “Yahoo”, etc.) y les preguntaban de qué color era alguna palabra.
Esta prueba, denominada “test de Stroop” permite medir la atención: si estamos pensando en una de esas palabras, tardamos más en decir su color. Eso es lo que observó este equipo: frente a preguntas fáciles, la respuesta era rápida; frente a preguntas más difíciles, en cambio, la respuesta era lenta, porque los sujetos estaban pensando en internet. Es decir: la atención de los participantes no estaba enfocada en la respuesta, sino en el lugar en el cual encontrar esa respuesta, en nuestra querida pareja digital.
Acá no termina todo. Hicieron otro experimento, en el que reunieron otros estudiantes universitarios y les pidieron que respondieran unas 40 preguntas usando internet. En algunas preguntas, les pidieron que tipearan la respuesta en la computadora y luego la borraran intentando recordarla de memoria. En otras, en cambio, les pidieron que, después de teclear la respuesta, apretaran “guardar”.
¿Adiviná qué hizo su cerebro? Adivinaste: guardó mejor las respuestas que no habían sido almacenadas en la computadora. Sorprendente pero lógico: ¿por qué recordar algo si yo sé que puedo buscarlo de nuevo? Claro esto tiene sus ventajas (ahorramos un montón de energía) y sus desventajas: no adquirimos, no aprendemos y no consolidamos información nueva, todo por pura vagancia… digo, ahorro energético.
Pero bueno, eso es porque guardamos espacio y recursos para otras tareas, ¿no? Mmm, la verdad que no. Parece que la única habilidad cognitiva que hemos mejorado es nuestra habilidad para encontrar más información, otra razón para justificar nuestro matrimonio por conveniencia energética con Google. Este es uno de los grandes desafíos que nos plantea la tecnología en la actualidad: una potencial ventaja adaptativa, que podríamos usar para ser mejores, pero la usamos solamente para hacer menos.
Bueno, no importa. Puede ser que no estemos aprovechando del todo bien las ventajas de la memoria transaccional compartida con la tecnología. Pero por lo menos estamos aprovechando para hacer nuevos vínculos y mejorar nuestra salud mental y vincular gracias a las redes sociales, ¿no? ¿No?
Las redes sociales y la salud mental
Un poco lo intuís: entrás a Instagram y parece que tus compañeros o tus compañeras del secundario viven de vacaciones, tienen menos arrugas y toman tragos de autor. Vas a Facebook y todo el mundo es filósofo, hace reflexiones inteligentes y cancheras sobre el mundo y sobre cómo consiguieron el trabajo de sus sueños. Y entrás a Twitter y se viraliza cualquier pavada, y vos estuviste media hora escribiendo un tuit que no lo retuiteó ni tu hermano.
¿Sos la única persona que sufre cada vez que entra a sus redes? ¿Sos la única persona que, aunque le haga mal, sigue entrando? La verdad es que no.
Existen varias investigaciones realizadas para entender cómo afectan las redes sociales a nuestra salud mental. En general, se habían observado correlaciones entre uso de redes sociales y ansiedad, depresión y baja autoestima. Ahora, sin embargo, existen estudios realizados con diseños metodológicos sólidos que lograron descubrir una relación causal; es decir, probaron, sin lugar a dudas, la influencia del uso de las redes en la salud mental de las personas.
Un trabajo publicado en 2018 involucró a 143 estudiantes de la Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos. A la mitad se le dijo que continuara usando normalmente sus redes sociales más habituales (Instagram, Facebook y Snapchat); a la otra mitad le pidieron que limitaran su uso a sólo 10 minutos diarios por red, o sea, 30 minutos en total.
Antes y después de la intervención, todos los participantes completaron un test para medir ansiedad, depresión, soledad y el famoso “FOMO” (siglas en inglés de “miedo de perderse algo”, ansiedad producida por desconectarse de las redes sociales).
Los resultados no te sorprenderán: quienes limitaron el uso diario a 30 minutos o menos se sintieron significativamente mejor que quienes no lo hicieron, después de un período de 3 semanas. Además, todas las personas que participaron del estudio tuvieron mejor salud mental en general, probablemente como consecuencia de comenzar a prestar atención y controlar un poco más el tiempo dedicado a las redes.
Parece paradójico que las redes sociales nos hagan sentir más solos. Sin embargo, esto se debe a que el consumo de las redes tiene un componente comparativo constante. Esto es lo que explica un trabajo publicado en 2019 sobre cómo afectan a la autopercepción del cuerpo de las mujeres. En esa investigación se le pidió a un grupo de 120 mujeres jóvenes que dejaran un comentario en Instagram a alguien a quien percibían como más atractiva, y a alguien a quien no percibían como tal. Las pruebas estandarizadas mostraron que al interactuar con personas que consideraban más lindas, se sentían peor consigo mismas.
Cuando la práctica tan cotidiana de compararse (“estoy mejor que X”, “estoy peor que Y”) se combina con mucho tiempo dedicado a las redes sociales (al menos a Facebook, según un estudio de 2014), es muy probable que aumenten los niveles de depresión de los usuarios. Incluso las selfies de Instagram influyen en el estado de ánimo. Un estudio realizado -otra vez- con mujeres jóvenes mostró que el acto de tomarse selfies y publicarlas, incluso con filtros y retoques, genera peor humor y deteriora la imagen del propio cuerpo.
No todo está perdido: usando las redes sociales para el bien
OK, entonces: ¿Las redes sociales son un invento del mal que sólo sirven para que la gente se sienta ansiosa, deprimida y con baja autoestima?
Y… no, no. La verdad es que también se observó que las redes sociales pueden ayudar en situaciones de malestar emocional o crisis de salud mental. Eso sí, la mayoría de las investigaciones son sobre sus efectos negativos, y no tanto sobre los positivos.
En Corea del Sur, por ejemplo, el análisis de palabras clave en redes sociales escolares permitió identificar tendencias de bullying en la escuela, con la intención de desarrollar modelos que permitan intervenir tempranamente frente al acoso escolar.
Un dato bastante impresionante: el día después del suicidio del actor y comediante estadounidense Robin Williams, los tuits relacionados con la salud mental pasaron de alrededor de 11,5 millones a 14,2 millones, y el número se mantuvo significativamente alto hasta dos días más tarde. La misma tendencia se observó en otras fechas relacionadas, como la campaña por el Día Internacional de Prevención del Suicidio, aunque en estos casos fue más baja y duró menos.
¿Qué significa esto? En primer lugar, que los eventos inesperados generan mayor volumen de interacciones que las campañas, aunque estas últimas impactan igualmente en la discusión pública. En segundo lugar, el estudio muestra que hay una ventana de tiempo de menos de dos días para generar y difundir mensajes de prevención en el campo de la salud mental frente a eventos inesperados, lo cual puede ser un datazo para planificar campañas.
Claro, este estudio no dice nada acerca del efecto que pudieron haber tenido estos picos de conversación pública sobre el suicidio. ¿Permitieron evitarlos? ¿Contribuyeron a aumentarlos? ¿No tuvieron ningún impacto?
Un equipo de la Universidad de Dartmouth analizó qué pasaba con personas con trastornos severos, como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, que utilizaban YouTube como red social, subiendo videos e interactuando en los comentarios con otras personas con trastornos semejantes. El trabajo, aunque no es estadísticamente representativo, encontró que los comentarios servían para expresar apoyo entre pares, sobre todo para no sentirse tan solos, brindarse mutuamente esperanza, compartir estrategias para afrontar los desafíos cotidianos, y aprender de las experiencias compartidas sobre el uso de medicamentos y la búsqueda de atención de salud mental.
Aunque este uso de las redes sociales puede ser riesgoso -por ejemplo, al hacer público, muchas veces involuntariamente, un diagnóstico de salud mental-, en términos generales parece ser un buen lugar para establecer lazos de apoyo entre pacientes en situaciones parecidas.
También en Twitter se observó que las personas con padecimientos mentales podían brindarse apoyo mutuo. El mismo equipo hizo un estudio con 240 usuarios y usuarias que se auto identificaban como pacientes de trastornos severos, y encontró una gran disponibilidad a usar las redes sociales tanto para compartir experiencias y conocimientos, como para manejar los síntomas y sus consecuencias.
Incluso en un trabajo más antiguo, del año 2013, ya se había demostrado que pueden usarse juegos web especialmente diseñados para mejorar el conocimiento sobre salud mental, y sobre el propio bienestar, en jóvenes. Sin importar si eran pacientes o no, el juego colaborativo en red les permitió saber más sobre el tema y resolver problemas vinculados a la temática.
Las redes y la pandemia: están mal, pero no tan mal
Durante las primeras semanas de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (la cuarentena, bah) las redes sociales nos ayudaron a estar conectados con familiares y amigos, a aprender cosas nuevas (¿se acuerdan de la masa madre?), a estudiar una carrera o tomar un curso que hacía tiempo queríamos emprender.
Pero también las redes sociales se portaron muy mal. Pero muuuuy mal. La desinformación se volcó en un montón de contenido falso que circuló sobre temas políticos y también sanitarios. Y, además, como nunca antes se generó una enorme cantidad de información que cambiaba todo el tiempo, a la par del conocimiento científico sobre el virus: primero se recomendó no usar barbijo; después, se descubrió que el barbijo es una de las medidas de prevención más importantes. Luego se recomendó desinfectar todo lo que entrara a nuestra casa, desde las patas de nuestras mascotas hasta los alimentos; ahora, sabemos que alcanza con lavarnos bien las manos y mantener las superficies limpias.
Esta enorme cantidad de información cambiante recibió un nombre: “infodemia”, e incluso puede analizarse con modelos epidemiológicos aplicados a redes sociales. La desinformación funcionó, en ese aspecto, como un virus. Pero también fueron clave para diseminar información científica y de calidad, con agencias gubernamentales, científicos y científicas, comunicadores y comunicadoras especializadas que pudieron alcanzar a más personas.
Si el uso de redes sociales está asociado a la ansiedad y la depresión, durante la pandemia, y con todo el encierro que trajeron las medidas de aislamiento, este efecto se profundizó. Sin embargo, se observó que los adolescentes que usaron las redes para manejar la situación de estrés y ansiedad tuvieron una mejora significativa en su estado de ánimo.
Además, cuando empezó a haber buenas noticias, las redes también las amplificaron. Las noticias sobre el desarrollo de las vacunas, las fotos de la vuelta al espacio público y las fotos de personas sonrientes con su carnet de vacunación ayudaron a mejorar el ánimo de los usuarios y usuarias en todo el planeta.
En definitiva, sabemos que las redes sociales son parte de nuestra vida y van a seguir siéndolo por bastante tiempo. Si limitamos el tiempo de uso y comprometemos a los Estados, empresas y privados a usarlas con responsabilidad, es posible que maximicemos sus efectos positivos, reduciendo todo lo posible los negativos.
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