¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando escuchamos o tocamos música?
- Escuchar música activa más de 10 regiones de nuestro cerebro. También influye en cómo procesamos las emociones e incluso la percepción: nos hace ver las cosas de distinta manera.
- La música no es exclusiva de los seres humanos, muchas especies hacen música. Por ejemplo, los zorzales ermitaños tienen una escala musical propia de 10 notas.
- Aprender música nos ayuda a comprender el mundo, expresarnos mejor, aumentar capacidades cerebrales y mejorar la comprensión y el uso del lenguaje.
¿En qué se parecen el Duki, un cavernícola de hace 40 mil años y un zorzal ermitaño macho?
En que los tres hacen música.
No solamente hacen ruido; tampoco sonidos más o menos arbitrarios: hacen música, “el arte de combinar los sonidos”. O sea: el arte de combinar sonidos con cierto ritmo, melodía y armonía que estimulan al oído. O, físicamente hablando, ondas mecánicas generadas por la presión de aire que llegan al oído para transformarse en pulsos eléctricos.
Una vez allí, esa actividad eléctrica se traslada por el tronco encefálico y el tálamo a la corteza auditiva primaria. Esta zona está cerca de nuestro oído, en las “circunvoluciones de Heschl” situadas en el lóbulo temporal. Una lesión en esta zona no sólo te puede hacer perder la audición, sino también dificultar la ubicación de sonidos en el espacio, esa habilidad que te permite notar si un vehículo se acerca o se aleja, o si ese silbido que escuchás no es una bomba que está cayendo.
Aunque el área de Heschl procesa el sonido, no puede diferenciar entre un ladrido y la canción “Despacito”. Cuando el sonido es música, activa más de diez regiones distintas de nuestro cerebro: la amígdala y al núcleo accumbens, que procesan las emociones y el placer; el hipocampo, que busca recuerdos asociados a eso que suena; el cerebelo, que coordina los movimientos y mantiene el ritmo; las cortezas sensitivas y las ore frontales, que se ocupan de las funciones ejecutivas y de razonamiento.
Cuando hay música, todo tu cerebro se pone a bailar.
Música desde la naturaleza
¿Quién inventó la música? La evidencia arqueológica más antigua dice que hay una tradición musical humana desde hace al menos 35 mil años. Se trata de flautas hechas durante el período paleolítico con huesos de animales o piezas de marfil, encontradas en cuevas del sudoeste de Alemania. Pero eso no significa que la música sea exclusivamente humana.
Las aves, por ejemplo, cantan con un ritmo y una melodía característicos: podemos diferenciar un jilguero de una calandria por su canto, incluso podemos quedarnos silbando el sonido de un ave porque se nos quedó pegada. ¿Significa que son canciones, como las humanas? ¿O son una forma de lenguaje, como el lenguaje humano? ¿O será que la música también es un lenguaje?
La respuesta la tienen los zorzales ermitaños machos de Estados Unidos. Más precisamente: su repertorio de 71 canciones. Un grupo de científicos analizó las frecuencias de esas melodías reconocibles, que se repetían, y observó que todas ellas estaban compuestas por aproximadamente 10 notas musicales que formaban parte de una escala musical; es decir, una serie de sonidos relacionados entre sí por intervalos matemáticos.
En otras palabras: los zorzales ermitaños machos tienen una escala musical propia de 10 notas y, con ella, hasta ahora compusieron 71 canciones. Descartando que los zorzales hayan copiado la forma de cantar de los seres humanos, los científicos concluyeron que estos animales, al igual que nosotros, tienen una cultura musical propia, lo cual le da a la música una base biológica que hasta ahora era impensada.
Estos “estímulos sonoros periódicos”, como se los llama en biología, parecen haber tenido un rol en la evolución. El análisis estadístico de cómo hablamos los humanos permite predecir tanto la escala cromática como el orden consonántico del lenguaje; en otras palabras, nos gusta escuchar música porque está hecha con sonidos parecidos a los que nosotros mismos emitimos. De esta manera, nuestro sistema auditivo y nuestro cerebro evolucionaron para captar y prestar atención a los sonidos generados por los seres humanos y a descartar (o silenciar) al resto.
Por este motivo no podemos escuchar el canto de las ballenas, o no podemos diferenciar el ladrido de un perro de otro parecido. Obviamente, la música que escuchamos y que generamos sólo es aquella que está en nuestro rango audible; es decir, en las frecuencias que el oído humano puede escuchar. Según esta hipótesis, el habla y el oído habrían evolucionado juntos: sólo producimos sonidos que podemos oír, y sólo oímos sonidos que podemos producir.
¿Y por qué nos interesó tanto desarrollar estos sonidos? Si estuviste en un recital, lo vas a entender: te abrazás con miles de desconocidos, todos sintiendo más o menos lo mismo, todos haciendo más o menos lo mismo, todos cantando lo mismo. Bueno, parece que nuestros antepasados homínidos usaban formas cada vez más complejas de expresión vocal para formar grupos cada vez más grandes. La risa y el canto, como formas simples de expresión, permitieron que los homínidos se reconocieran como iguales y se agruparan. Desde esta perspectiva, el canto fue imprescindible para las primeras organizaciones sociales, y un precursor necesario para el desarrollo del lenguaje.
Cantar es biológico ¿improvisar es humano?
Ok. Hasta ahora vimos que hay bases biológicas y evolutivas que explican los “estímulos sonoros periódicos” o, como dicen los zorzales ermitaños macho, “música”. Pero la música humana no es siempre repetición: un solo de guitarra, piano, saxo o batería suele ser improvisado. De hecho, muchas veces los nuevos motivos musicales surgen de sesiones improvisadas, de jugar con un instrumento en soledad, o en compañía.
En algunos géneros musicales, el lugar de la improvisación no es tan importante y, muchas veces, es casi un sacrilegio: si alguien toca “Jijiji” y cambia el solo de guitarra, lo linchan. En cambio, si un músico de jazz toca el mismo solo que en el disco, lo van a abuchear por repetitivo. Al preguntarles cómo es improvisar, generalmente lo describen como una experiencia mística, como si el músico fuera solamente un medio para expresar la música, que sucede sin que su cerebro pueda planificarla o procesarla. Hmm…
A la ciencia no le alcanza con imágenes místicas; ¿por qué no le agregamos una descripción neurobiológica? O sea: ¿qué les pasa a los músicos por la cabeza mientras improvisan?
Para responder esta pregunta, los científicos le pidieron a 6 jazzistas expertos en improvisación que tocaran en un teclado de plástico escalas normales o que improvisaran, mientras ellos medían con una resonancia magnética funcional los patrones de activación neuronal. Aunque la descripción de los jazzistas hacía pensar que ambos procesos podían involucrar regiones distintas, los resultados mostraron lo contrario. Tanto al tocar algo súper repetitivo y rutinario, como al improvisar música nunca antes escuchada, la actividad cerebral es prácticamente la misma, sobre todo en la región prefrontal.
¿Significa que es lo mismo tocar una escala de memoria que improvisar durante 15 minutos? Bueno, no. La parte que se ocupa de monitorear nuestro desempeño (la corteza prefrontal dorsolateral, el superyó del cerebro) se apaga durante la improvisación. En cambio, la corteza prefrontal medial, que se ocupa de las ideas y comportamientos que uno hace por propia voluntad, aumenta en actividad. Esta parte se activa cuando contamos algo que nos pasó, o inventamos una historia. También es la parte que se activa cuando soñamos. Es lógico: cuando improvisan, los músicos no están todo el tiempo controlando lo que hacen, sino que cuentan una historia con la música; y eso se siente como soñar.
Cantame que me gusta
Si estás bajoneado o bajoneada; tu pareja te dejó; volvés del trabajo a cualquier hora sin ganas de nada; caminás en soledad por una calle vacía; manejás kilómetros y kilómetros sin compañía… seguro que ponés música. No tiene que ser nada del otro mundo, no importa si es sencilla o sofisticada, clásica o contemporánea; un poco de música ya te cambia el estado de ánimo. ¿Por qué pasa esto? Bueno, parece que también por motivos evolutivos.
Al igual que el sexo y la alimentación, la música nos da un acceso directo a sensaciones placenteras. Cuando la escuchamos, activamos inmediatamente nuestro sistema límbico, una porción primitiva ubicada en el centro del cerebro que está atenta a la motivación que nos puede brindar el placer. Claro, no siempre podemos tener sexo o comer; entonces la música es un buen sustituto; una manera sencilla y poco costosa de darle al sistema límbico lo que quiere.
Escuchar música hace una fiesta en el cerebro, activando una batería de zonas y más de una decena de procesos. Es por ese motivo que se usa en psicoterapia para tratar trastornos psiquiátricos y neurológicos: porque modula y activa estructuras a un nivel muy profundo. Si no nos creés, mirá el video de esta bailarina española con Alzheimer que, aunque no podía reconocer a su familia, todavía podía bailar al sonido de “El lago de los cisnes”.
La música también influye en cómo procesamos las emociones e incluso la percepción; es decir, nos hace ver las cosas de distinta manera. Se ha demostrado que la música produce un sesgo emocional sobre la percepción visual con un experimento muy simple: te muestran imágenes de caras neutras (que no expresan ninguna emoción) mientras escuchás música alegre. Al hacerlo, te preguntan cómo se sienten esas personas, y tu respuesta va a ser… que están alegres.
En cambio, si te pasan las mismas caras pero con música bajón, vas a percibir que esas personas están tristes. El mismo experimento mostró que este sesgo emocional es más fuerte en personas que son músicos que en quienes no tienen ningún conocimiento musical. Es decir, no solamente nos afecta el estímulo sonoro, sino también nuestros saberes. Sensibilidad musical, que le dicen…
Es que a los seres humanos nos gusta la repetición. Se llama “efecto de la mera exposición”: cuanto más nos exponemos a un estímulo, más positiva es nuestra actitud hacia ese estímulo. Por eso nos gusta leer siempre un mismo tipo de novelas, o ver siempre un mismo tipo de películas o series, o ir siempre al mismo bar, o ver siempre a las mismas personas. O escuchar siempre la misma música.
Si podés anticipar lo que va a pasar, tu cerebro baja el nivel de estrés y aumenta tu sensación de relajación y placer. Para probarlo, un equipo científico compuso una serie de canciones, algunas más repetitivas, otras menos. Cuando les hicieron escuchar esos temas, las personas calificaron como más agradables, interesantes y más asociados con la creación humana a los temas con más partes repetidas.
Por eso, cuando una canción se pone de moda, suena todo el tiempo en todas partes. Y por eso, aunque no te guste, no podés evitar mover el pie.
Cualquiera puede cantar
Si pasaste por la escuela, seguro tuviste como asignatura música. Sin embargo, mientras que algunas personas salen tocando más o menos un instrumento, otras la rompen y se convierten en profesionales, y otras personas no pueden tocar ni el triángulo. ¿Funcionan distinto sus cerebros? ¿Se activan de distinta manera al escuchar?
Se ha demostrado, con estudios neurológicos, que durante la audición de segmentos musicales complejos, con obras de Beethoven o Bach, se activan diferentes redes de neuronas si se compara a músicos profesionales con músicos amateurs y con personas que jamás tocaron un instrumento. Los músicos profesionales tienen diferentes estructuras cerebrales, con mayor volumen de materia gris en las regiones motoras, auditivas y visoespaciales.
Aunque algunas de estas diferencias pueden ser innatas, los autores del estudio piensan que son fundamentalmente producto del entrenamiento y la práctica, desarrollada sobre todo a través de la repetición y el ensayo. De hecho, observaron una fuerte asociación entre las diferencias estructurales en el cerebro, la habilidad de los músicos y la intensidad y el tiempo de práctica. Esto es algo que la biología demostró hace tiempo: el entrenamiento de habilidades motoras genera cambios cerebrales.
No solamente cambia la estructura del cerebro, sino también la manera en que se activa cuando escucha música. El entrenamiento musical genera respuestas neuronales diferentes a su sonido, al punto que es posible diferenciar entre músicos y no músicos sólo a través de las resonancias de sus cerebros durante la escucha. ¿Te parece mucho? Un equipo de una universidad de Finlandia dice poder hacerlo con un 70% de efectividad. Los resultados, sin embargo, todavía no fueron publicados.
Música para aprender
El aprendizaje musical es considerado por muchos neurocientíficos como un modelo de plasticidad cerebral, y el estudio del cerebro musical ayuda a entender mejor cómo aprendemos y nos adaptamos.
Por un lado, aprender un instrumento mejora -de manera un poco obvia- ciertas habilidades directamente relacionadas con el instrumento. Estas son la motricidad fina, que nos permite coordinar movimientos pequeños y más delicados, y la discriminación auditiva, que nos permite clasificar y distinguir sonidos. Pero también se descubrió que la educación musical ayuda a desarrollar otros aprendizajes, no directamente relacionados con ella. Un estudio mostró que los programas de música en escuelas de niños y niñas pobres ayudó, desde los 2 años en adelante, a mejorar la comprensión del lenguaje oral, el análisis de la información visual (identificar similitudes y diferencias entre formas y patrones), y las habilidades de escritura y lectura.
Aunque muchas veces no se le da importancia, estos trabajos muestran que la enseñanza de música en la escuela es fundamental, no sólo por las habilidades propiamente musicales, sino también porque nos ayuda a comprender el mundo, expresarnos mejor, aumentar capacidades cerebrales y mejorar la comprensión y el uso del lenguaje.
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