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Esta nota tiene más de un año

Qué es el miedo y por qué nos sirve para sobrevivir

Si tenés sólo unos segundos, leé estas líneas:
  • En el #InfoDeLaBuena de hoy vamos a hablar de algo que todos tuvimos, tenemos o tendremos: miedo.
  • Qué nos pasa físicamente cuando tenemos miedo y cuánto podemos manejarlo.
  • Además, te contamos algunos casos especiales de miedos, como las fobias, y cómo nos impactó la pandemia en todo esto.

Es de noche. Estás en la cama. Te despertás de golpe, completamente alerta: tu corazón late al palo, tus bronquios se dilatan para recibir más oxígeno; tus pupilas también, tratando de adivinar una forma en la oscuridad. La sangre se llena de glucosa y recorre con más fuerza tus arterias. Tu boca se seca y no podés ni siquiera tragar saliva. Algunos de tus sistemas vitales -la digestión y el aparato reproductivo- se apagan para concentrar toda la energía en una de dos decisiones: huir o pelear. Mejor, huir.

No te asustes. Nadie te espía en lo profundo de la noche.

No temas. Hoy hay #InfoDeLaBuena.

¿Cómo funciona el miedo?

El miedo es un sistema de alarmas que cumple un rol esencial en la preservación de la vida. Es un esquema adaptativo necesario para la supervivencia de cualquier especie: sin miedo, el ratón moriría en manos del gato, el gato sería masticado por el perro y a nuestros antepasados se los hubieran comido los leones. 

Es difícil definir el miedo, porque podemos caer en un razonamiento circular. ¿Qué es el miedo? El estado generado por una amenaza. ¿Qué es una amenaza? Aquello que causa miedo. Sin embargo, el miedo no es solamente una emoción que depende de ciertos estímulos; también es un comportamiento y puede observarse en un montón de lugares, incluyendo las acciones y reacciones que suceden en nuestro cerebro. 

Bueno, no en todo el cerebro: en una parte muy pequeña que está justo en el centro y se llama “amígdala”. La amígdala es una de las zonas cerebrales que más temprano surgieron en la evolución humana y a ella le debemos buena parte de nuestra supervivencia. Una vez que se activa, a causa de un estímulo amenazante, da la orden de liberar hormonas. Al mismo tiempo, activa las glándulas suprarrenales, que están justo encima de los riñones, para liberar adrenalina y noradrenalina, que aportan azúcar y dilatan los bronquios, aportando más oxígeno. En ese exacto momento, las mismas glándulas liberan cortisol, aumentando la presión arterial y subiendo todavía más los niveles de azúcar en sangre.

Lo que la amígdala hace es, básicamente, convertirte en un avión: el azúcar es energía para los músculos; la adrenalina te mantiene en tensión; el oxígeno te renueva y te mantiene enfocado. Toda esta preparación te dispone a tomar una decisión: correr o pelear, los mecanismos fundamentales de la supervivencia. 

La mujer sin miedo

Imaginate si pudieras no sentir miedo. Si mediante algún súper suero experimental desarrollado por los laboratorios secretos de Tony Stark, te convirtieras en un ser incapaz de sentir miedo. Parece que no está tan bueno; si no, preguntale a la paciente SM.

La paciente SM-046 (o “SM”, para los amigos) es una mujer norteamericana con una lesión a ambos lados de la amígdala que le impide sentir miedo, producto de una rara enfermedad genética llamada enfermedad de Urbach-Wiethe. Durante los años noventa se hicieron un montón de experimentos con ella para provocarle miedo: la expusieron a serpientes y arañas vivas, la llevaron a un recorrido por una casa embrujada y le mostraron partes de películas de terror. En ninguna ocasión SM mostró signos fisiológicos de miedo, y apenas declaró niveles mínimos de miedo al completar algunos cuestionarios.

Más allá de su incapacidad de sentir miedo, SM es una persona amigable, extrovertida, capaz de sentir otras emociones, como el asco, la alegría. Tiene algunas conductas medio raras, sin embargo: invade constantemente el espacio personal de las demás personas, no le molesta que alguien se acerque demasiado a ella (incluso puede estar nariz con nariz sin sentirse incómoda), y no puede reconocer expresiones de miedo en los demás. 

Además parece ser demasiado optimista, incluso con sus propias experiencias traumáticas. La falta de amígdala, además, afectó su memoria: aunque su capacidad para recordar información, datos y hechos es normal, su memoria no declarativa, que se ocupa de recordar emociones y sensaciones que no podemos poner en palabras, es mucho menor que en las personas sin esa lesión.

Además, pobre SM, en su vida pasó por un montón de experiencias horribles: ha sido retenida a punta de cuchillo y de pistola, una vez fue agredida físicamente por una mujer del doble de su tamaño, estuvo a punto de morir en un acto de violencia doméstica y en más de una ocasión fue explícitamente amenazada de muerte. 

Aunque en muchas de estas situaciones su vida estuvo en peligro, su comportamiento no fue el de una persona asustada (más aún, los informes policiales de la época ya habían notado esta falta de miedo en SM). La interpretación que hicieron los diferentes equipos científicos que trabajaron con ella fue que había quedado sobreexpuesta a situaciones de peligro precisamente por su falta de capacidad para experimentar el miedo. Entonces, al no detectar a tiempo los estímulos amenazantes, SM no pudo hacer lo que estamos programados y programadas para hacer: luchar o, en la mayoría de los casos, y siempre que podemos, huir.

¿Podemos apagar el miedo? 

Terapia de aversión. En los años sesenta, la psicología conductista tenía muchísima popularidad: drogas, estímulos eléctricos, mucho tiempo sin dormir, mucho tiempo durmiendo… La cosa era probar a ver qué onda, hasta dónde se podía entrenar al cerebro para que respondiera automáticamente a determinados estímulos. En una famosa escena de la película La naranja mecánica (1971), el protagonista es sometido a una terapia brutal para que tenga instintivamente aversión a las cosas que antes le gustaban. 

Aunque se avanzó mucho en el conocimiento científico sobre el miedo y sus bases físicas, también apareció mucho conocimiento pseudocientífico que piensa que el cerebro -y sus componentes, como la amígdala- es un interruptor que podés prender o apagar (no, no, en serio; hay un sitio que se llama “hacele click a tu amígdala”). 

Esto se debe a algunos resultados científicos que mostraron que, efectivamente, hay comportamientos que condicionan la aparición de miedo. ¿Cómo se usaba en el laboratorio? Le enseñabas a una rata a tenerle miedo a algo y veías cómo actuaba y qué respuestas daba (¿te acordás, cuando hablamos de la definición circular?). Este enfoque, llamado conductista, tuvo mucho éxito durante los ‘90, pero comenzó a ser cuestionado, incluso por sus principales impulsores. 

En un artículo reciente se observó la gran diferencia que existe entre el miedo como una experiencia consciente -que en los seres humanos podemos evaluar con encuestas, entrevistas y cuestionarios- y el miedo como una forma de procesar estímulos que el cerebro hace automáticamente. Para el investigador que hizo este trabajo, resulta difícil asumir que ambos procesos son producto de los mismos mecanismos cerebrales

Más aún: dado que hay experimentos que sólo se pueden hacer en animales (como dar un shock eléctrico cada vez que realiza una conducta que se quiere condicionar) y otros que sólo se pueden hacer en personas (como responder cuestionarios), no es muy confiable extrapolar resultados de un tipo de investigación a la otra.

Así que no: parece que el cerebro no es un tablero de botones que podemos apretar a voluntad.

Se pudrió todo: las fobias

Lo dijimos más arriba: el miedo nos sirvió (y nos sirve) para sobrevivir. Fue un golazo evolutivo que nos dijo: si no querés que el león te coma, corré cuando veas uno.

Sin embargo, el miedo no es siempre tan conveniente. 

Ponele que le tenés miedo al dentista (es súper común, y de hecho se transformó en un campo de estudio propio). Como le tenés miedo, no vas a hacerte los controles (cada seis meses o un año es lo recomendable). Como no te hacés los controles, es muy probable que tu salud dental empeore: que aparezcan caries, infecciones, etc. Cuando ya no podés más de dolor, vas al odontólogo y el tratamiento te duele. Entonces reforzás tu miedo al dentista, y volvés a empezar.

Cuando el miedo te impide “funcionar” normalmente, ya no ese mecanismo saludable que conocemos, y se convierte en una fobia. Las fobias específicas se pueden categorizar en: a) miedo a los animales (arañas, insectos, perros); b) miedo a determinados entornos naturales (alturas, tormentas, agua); c) miedo a determinadas lesiones con sangre (incluyendo las agujas, los procedimientos médicos invasivos, etc.); d) miedo a determinadas situaciones (aviones, ascensores, espacios cerrados); d) Otros tipos de fobias que no encajan en las cuatro categorías anteriores. 

¿Cuáles son las causas de estas fobias? Bueno, no está del todo claro. En algunos casos (como el miedo a lesiones con sangre) parece que son hereditarias; en otros, sin embargo, no se sabe. Pero igual hay algunas ideas.

Por ejemplo, la fobia más común parece que es a las alturas (también llamada “acrofobia”, y popularmente se le dice “vértigo”). Según investigaciones recientes en el campo de la psicología cognitiva, hay una relación significativa entre la percepción de la distancia y el miedo a las alturas. ¿Viste que hay gente que cuando quiere tirar un papelito al tacho, o un frisbee, o patear un penal, siempre se queda corto, o se pasa de largo?. Parece que las personas que sobreestiman las distancias verticales (es decir, que perciben un pozo como más hondo de lo que es, o una pared como más alta) tienen más miedo a las alturas, y esa podría ser la causa de su acrofobia.

Otra fobia muy frecuente (que sufría Indiana Jones) es la ofidiofobia: el miedo a las serpientes. Si lo pensamos desde un punto de vista estrictamente racional, no tiene mucho sentido, porque la verdad es que la enorme mayoría de las serpientes son inofensivas. Sin embargo, si te ponés a pensar en eso… serpientes enroscadas en tu brazo, acariciando tu cara… ugh, ya te da un poco de miedo. 

Parece que el miedo a las serpientes y el miedo a las arañas (“aracnofobia”) son innatos y no aprendidos; o sea, los bebés pequeños ya le tienen miedo a estas criaturas. En un estudio realizado con bebés de 6 meses, se soltaron serpientes… no, mentira, se mostraron imágenes de flores, serpientes y arañas. En estos dos últimos casos, se observó una dilatación de las pupilas consistente con el miedo. Esto significa que el miedo a estas criaturas ya forma parte de nuestra memoria genética, inducida por milenios de malas relaciones con serpientes y arañas venenosas

¿Y el miedo a los espacios cerrados? Si te vas a hacer una tomografía computada, por ejemplo, tenés que aclarar si tenés “claustrofobia”, porque el resonador es un espacio pequeño y puede generar una crisis. Parece que las personas que tienen miedo a los espacios cerrados tienden a proyectar de manera excesiva su espacio personal (y entonces estiran los codos en la mesa, las piernas en el colectivo y desparraman sus cosas en los espacios comunes). Incluso es posible que les pase algo parecido a quienes sufren acrofobia: podrían tener problemas para calcular los espacios horizontales.

Las fobias son algo horrible para las personas, y existen diversos tratamientos. Al ser tan diversas, y con causas tan diferentes, no existe un único tratamiento para todos los casos, y cada paciente debe recibir una evaluación de profesionales competentes. Aunque los tratamientos más frecuentes generalmente incluyen una combinación de psicoterapia y medicación especializada (para las fobias sociales, por ejemplo), existen también otros tratamientos más recientes. 

En algunos casos, se pueden realizar tratamientos intensivos, de hasta 3 horas de duración, en los que se acompaña una exposición controlada al estímulo que desencadena el miedo a través de pequeños experimentos conductuales. En otros casos, se ha experimentado con el uso de realidad aumentada o realidad virtual para que cada paciente se exponga, de manera gradual, al agente estresor y pueda abordar su fobia en un entorno seguro y controlado.

Las fobias y… sí, la pandemia

¿Pensaste que no íbamos a hablar de la pandemia? ¡Pues no, mi cielo!

El miedo a lesiones con sangre, que incluye las agujas, afecta a muchas personas. En una encuesta realizada en Estados Unidos en 2021, el 26,2% de las personas consultadas dijo tener miedo a este tipo de lesiones. Cuando se preguntó si estarían dispuestas a aplicarse la vacuna para COVID-19, el 22% de las personas fóbicas a las agujas respondió que no; es el doble de las personas que no declararon ese miedo (11,5%). 

Además, el miedo a las inyecciones fue mayor en los jóvenes y en los grupos afroamericanos y asiático-americanos, que es donde hay mayor resistencia a las vacunas en Estados Unidos. Según el cálculo de este equipo de especialistas, aproximadamente el 10% de la resistencia a la vacuna para COVID-19 en ese país se debe a la fobia a las agujas.

O sea: una estrategia de tratamiento para este tipo de fobia podría aumentar de manera significativa la cantidad de población vacunada en Estados Unidos.

Además, sabemos que la pandemia afectó mucho la salud mental, sobre todo por las medidas de aislamiento tomadas en todo el mundo y sus efectos de ansiedad y depresión generalizadas. Pero también se asoció la pandemia a la “agorafobia”, es decir, el miedo a situaciones en las que no podemos escapar, que pueden provocar pánico o están fuera de nuestro control, como las multitudes o los espacios exteriores. Muchos de nosotros todavía sentimos incomodidad si estamos con mucha gente, incluso al aire libre. 

No estamos solos: en Estados Unidos se registró un aumento significativo de ataques de pánico y agorafobia como consecuencia de la pandemia. Para el caso de nuestro país, se ha observado que el período de aislamiento afectó también la vida sexual de las personas, especialmente en el caso de quienes no tienen pareja estable, que vieron muy reducidas las ocasiones de conocer nuevas personas y establecer nuevos vínculos sexoafectivos por miedo al contagio.

Pero hay una excelente noticia: es posible tratar la agorafobia y los ataques de pánico durante la pandemia. La psicoterapia remota, como otras formas de telemedicina, tuvo un gran aumento en la demanda durante la pandemia, y la experiencia muestra que funciona. Un estudio controlado mostró que la psicoterapia remota genera cambios significativos positivos en la conducta de pacientes con agorafobia y trastornos de pánico, basados en el vínculo con la o el terapeuta a través de la cámara.

Estos resultados se suman a otros anteriores, que también muestran la eficacia de la psicoterapia remota para el tratamiento de la salud mental. Así que ya sabés: la pandemia nos afectó fuerte. Si sentís fobia a salir o sufrís trastornos de pánico, no tengas miedo de pedir ayuda.

Si querés estar mejor informado sobre la pandemia, entrá al Especial Coronavirus.

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