Traer a la memoria liberación, libertad y democracia
Siempre me llamó la atención como algo muy extraño que la más despiadada dictadura en la historia argentina sea recordada el 24 de marzo, el mismo día del golpe de 1976 y el comienzo del kafkiano “Proceso de Reorganización Nacional”. A mi juicio, tendría más sentido celebrar el final de la dictadura, cuando se restauró la democracia con la asunción del presidente electo Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983.
Siempre me pregunté si no habría motivos políticos que explicaran la decisión de poner el énfasis en recordar horror y terror y no traer a la memoria más bien liberación, libertad y democracia.
Aunque existe una amarga ironía en “celebrar” el 24 de marzo de 1976, la verdad es que la toma del poder por los militares sí fue celebrada. Hubo un sentimiento perceptible de alivio nacional y popular. Se asumió que, como tantas veces antes, las fuerzas armadas tomarían el poder por un breve lapso y pronto dejarían la pesada tarea de gobernar, llamando a elecciones.
Había existido un amplio período de tiempo para adaptarse a la remoción de Isabel Martínez de la Casa Rosada y a su reemplazo por un general con bigote. Para la gente ordinaria, ya no sólo los periodistas con estrechos contactos con sus fuentes militares, se trataba sólo de una cuestión de saber la fecha exacta. Los meses previos al golpe parecían ser la “crónica de un golpe anunciado”.
El día amaneció con un sol brillante. Era un “día peronista”. Los chicos llamaban al Herald para confirmar si no iba a haber clases. Se lo calificó inmediatamente como un golpe de terciopelo, una revolución sin sangre, recordando a todo el mundo el viejo chiste de que en una boda mexicana muere más gente que en una revolución en la Argentina. Hasta ese 24 de marzo, el chiste no estaba demasiado fuera de lugar. Ahora, es el más negro del humor negro.
Los diarios, que en los años 70 aún eran los principales formadores de opinión, recibieron el golpe militar como si hubiera sido una operación de rescate. La radio y la televisión transmitieron “en cadena” con marchas militares que reemplazaron la programación habitual. No era sorprendente. Entre 1930 y 1976 los golpes habían sido más frecuentes que las elecciones y los periodistas más veteranos ya habían pasado por eso muchas veces.
En el Herald comprendimos que esta vez era diferente cuando recibimos una llamada telefónica, avisándonos que ciertos tópicos estaban prohibidos, a menos que se anunciara oficialmente otra cosa. La lista incluía secuestros, encuentros armados, descubrimiento de cuerpos. Eran ellos precisamente, los signos de una guerra civil subterránea sobre la cual habíamos estado informando antes del golpe. Pedí una copia por escrito de la lista y la publiqué completa en la primera página de modo de informar a los lectores de que estábamos bajo censura. Sólo Clarín informó sobre las nuevas prohibiciones, brevemente y en una página interior.
Más que censura, se trataba de autocensura, algo que en mi experiencia siempre ha existido en la Argentina.
Decidimos publicar lo que sabíamos porque estábamos espantados por la comprensión, que nos alcanzó gradualmente para entender que estábamos frente a un proceso de asesinatos en masa. Como los demás medios, teníamos acceso a las agencias internacionales que continuaban informando las noticias de la Argentina. Al informar directamente sobre lo que hoy se conoce como “abducciones forzadas” (en otras palabras, desapariciones), pedimos a quienes buscaban a sus seres queridos que presentaran pedidos de habeas corpus. Podíamos aducir de ese modo que tales solicitudes otorgaban un status legal a las denuncias. Se trataba de poder publicar el secuestro en el periódico tan pronto como fuera posible. Pronto descubrimos que la publicidad, podía salvar y salvó, vidas.
No existe comparación posible entre la situación de los medios y de los periodistas individuales bajo una dictadura asesina y el estado de la prensa actualmente. Esto no significa que está todo bien. Lejos de ello.
Pero no hay gente desapareciendo y no hay periodistas que estén siendo asesinados. Recordemos la profunda maldad de la dictadura, pero celebremos también nuestra duramente recuperada democracia, todavía vulnerable. Recordemos también de dónde provienen las mayores amenazas a la libertad de expresión y de información. En todas partes ellas provienen de los gobiernos. La democracia exige una prensa libre. Libre, sobre todo, de las presiones del gobierno, pero también libre de la influencia indebida de intereses comerciales y políticos.
* Ex director del Buenos Aires Herald y presidente del Consejo Consultivo de Chequeado.com.
Comentarios
Conmemorar: hacer memoria o conmemoración.
Conmemoración: memoria o recuerdo que se hace de alguien o algo [...].
Cuando lo pone entre comillas, le da el sentido de festejo al que te referís. Si hay un error, es sutil.
Fuente: RAE
se ha intentado instalar un clima de inestabilidad a traves de los medios opositores y ha repercutido en un par de marchas.. pero nada de eso es representativo de la situación de la mayoría de las personas de nuestro país ya que en los diferentes actos que brindan mayor o menor apoyo al Gobierno, la cantidad de personas es siempre mucho mayor.
El título no se condice con la nota.
Celebrar no es conmemorar
Toma perspectivas parciales del comienzo (sectoriales, clasistas si se quiere) sin explicitar lo que siempre hacemos: rememorar, por lo tanto darle un valor al pasado
Creer que la libertad esta coartada por el gobierno es desnaturalizar su origen de promoción de representaciones sectoriales, cultural y económicamente parciales. Saludos
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