“¿Doctor: desde qué edad mi hijo e hija pueden ir al gimnasio?”
“Doctor, ¿a qué edad puede mi hijo empezar a ir al gimnasio?”. Esta puede ser una pregunta que se planteen muchas personas en algún momento de su vida o carrera profesional. Seguramente el doctor de buena fe, pero desde el desconocimiento y como prevención, prohíba esta actividad ya que no había información confiable sobre el tema y, por ende, conteste: “Hasta que el niño no haya acabado su pleno desarrollo físico debemos esperar”.
En los años 70 y 80 existía una evidente resistencia a recomendar el entrenamiento de fuerza para los distintos grupos de edad de la niñez y adolescencia. Esto sucedía a raíz de ciertos prejuicios infundados. En la actualidad, y a partir del primer estudio publicado en 1985 por la Asociación Nacional de Fuerza y Acondicionamiento (NSCA, por sus siglas en inglés) respecto del entrenamiento de la fuerza en la pre-pubertad, y sus posteriores actualizaciones (ver acá, acá, acá y acá), podemos afirmar que existe un gran consenso y unanimidad entre opiniones de expertos y organizaciones científicas internacionales en apoyar la participación supervisada de los jóvenes en entrenamientos de fuerza.
En la misma línea, pero mucho más reciente, el último posicionamiento internacional publicado en la revista British Journal of Sports Medicine en 2013 actualiza las recomendaciones y promoción de programas de acondicionamiento neuromuscular durante la niñez y adolescencia, siempre y cuando estén apropiadamente supervisados y diseñados por profesionales de la salud calificados para entrenar a este tipo de poblaciones.
A continuación, algunos de los mitos o falsas creencias arraigadas en el pasado y que generaron dudas a la hora de exponer a los niños, niñas y jóvenes a entrenamientos específicos:
1) Mayor incidencia o riesgo de lesiones músculo-esqueléticas agudas y por sobrecarga.
No existen evidencias científicas basadas en estudios de intervención, descriptivos y observacionales que hayan podido estadísticamente mostrar mayores índices de lesión en poblaciones jóvenes que practican entrenamientos de fuerza que aquellas que practican otras modalidades de ejercicio físico-deportivo. De hecho, los datos muestran que el entrenamiento de fuerza en edades tempranas es altamente seguro si está supervisado por adultos cualificados que instruyen correctamente (ver acá y acá).
Todos los expertos coinciden en afirmar que la mayoría de las lesiones en jóvenes que puedan suceder durante los entrenamientos de fuerza son debidas a accidentes generados por el uso inapropiado del equipamiento en jóvenes y adultos (77%) (ver acá), a una carga de entrenamiento excesiva, a una técnica de ejecución defectuosa y/o a la ausencia de supervisión cualificada.
2) Efectos perjudiciales sobre el desarrollo óseo y pleno crecimiento corporal.
No existen evidencias documentadas que muestren efectos negativos para el crecimiento y la estatura final alcanzada (ver acá). Tampoco existen evidencias científicas sobre posibles lesiones para los cartílagos de crecimiento (las placas de crecimiento son áreas que se encuentran en cada extremo de los huesos largos de niños y jóvenes. En los primeros años son suaves y elásticas, cuando los jóvenes dejan de crecer se cierran y el hueso sólido toma su lugar). Por el contrario, es posible que exista potencialmente mayor riesgo lesivo para las placas de crecimiento de los jóvenes que realizan actividades deportivas competitivas que impliquen saltos y aterrizajes, donde las fuerzas de reacción contra el suelo pueden llegar a ser de cinco a siete veces del peso corporal (ver acá). Al contrario, la exposición de las placas de crecimiento en desarrollo a suficiente estrés mecánico a través del entrenamiento de fuerza apropiado puede ser un estímulo beneficioso para la formación de hueso y el crecimiento (ver acá).
3) Concepción “inoperante” del entrenamiento de la fuerza en edades tempranas.
Esta errónea concepción hacía pensar que el entrenamiento a edades tempranas era improductivo ya que el niño o joven no presentaba suficiente potencial para mejorar las distintas prestaciones de fuerza más allá que las que el propio desarrollo y maduración de su edad permitiría. Sin embargo, recogiendo los resultados de numerosos ensayos y revisiones bibliográficas sobre esta cuestión es fácil constatar generalmente el efecto contrario y por tanto desmentir esta falsa creencia (ver acá). De hecho, estos estudios han podido comprobar, al compararlo con grupos control de la misma edad no sometidos a intervenciones de ejercicio de fuerza, mayores mejoras con el entrenamiento que el debido al propio desarrollo y maduración natural durante la infancia y adolescencia.
Las mejoras de fuerza en términos relativos esperadas para ambos sexos pueden ser tan evidentes como del 30 al 40% o más tras sólo ocho a 20 semanas de entrenamiento (ver acá y acá), lo que demuestra la eficacia de tales intervenciones con los entrenamientos apropiados.
Ante todas estas evidencias, se puede afirmar que los niños y niñas (ocho-diez años), pre-adolescentes (11-13) y adolescentes (13-18 años) presentan una buena entrenabilidad mostrando mejoras relativas similares o mayores que en adultos cuando el entrenamiento es apropiado, es decir, con la suficiente dosis como para generar adaptaciones -volumen, intensidad, frecuencia, etcétera-, y que se perdería una gran oportunidad si se retrasara el proceso de entrenamiento hasta edades post-puberales como se sugería en el pasado.
Por lo tanto, no existen pruebas científicas que demuestren que el entrenamiento de fuerza supervisado y correctamente prescripto pueda estar contraindicado en edades tempranas. Muy al contrario, puede ser una forma de entrenamiento segura y efectiva siempre que se respeten ciertas directrices metodológicas. Así, los beneficios para la salud y rendimiento físico constatados científicamente superan ampliamente los mínimos riesgos que puedan conllevar, siempre similares o menores a los de cualquier otra práctica físico-deportiva.
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