Hidroxicloroquina: ¿tratamiento o falsa esperanza?
- En menos de diez días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha detenido y retomado los estudios clínicos con esta medicina.
- Aunque ha sido una de las primeras opciones para tratar COVID-19, hasta el momento no tenemos respuestas claras sobre su eficacia ni los riesgos que implica utilizarla.
- Esta nota de Salud con Lupa explica la situación con los estudios y pruebas del medicamento.
La búsqueda de algún fármaco seguro y eficaz contra la COVID-19 sufrió un retroceso el 25 de mayo.
Ese lunes, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Thedros Adhanom, declaró que el equipo de científicos que dirige el estudio Solidarity –un esfuerzo internacional que evalúa cuatro medicamentos y combinaciones farmacológicas para decidir si podrían ser usados contra el nuevo coronavirus– interrumpiría de manera temporal todas las pruebas con hidroxicloroquina y cloroquina.
La decisión, dijo Adhanom, se basó en el hallazgo reciente de que los pacientes hospitalizados con COVID-19 tienen mayor riesgo de morir si reciben estos medicamentos por sí solos o combinados con algún antibiótico.
Días después, ese mismo descubrimiento fue criticado por la comunidad científica. Eso no significa que los resultados sean incorrectos, sino que la evidencia disponible hasta ahora para afirmar la inocuidad o el daño de medicinas como la hidroxicloroquina continúa siendo insuficiente. Por eso, el 3 de junio, la OMS decidió retomar los estudios clínicos debido a que “no hay razones para modificar el protocolo de ensayos”, declaró Adhanom. ¿Entonces qué sabemos hasta ahora de este medicamento? ¿Y por qué ambos fármacos han causado tanta controversia?
¿Qué son la cloroquina y la hidroxicloroquina?
Ambos son medicamentos usados para tratar a personas con malaria. La cloroquina y la hidroxicloroquina, una versión un poco menos tóxica, existen desde hace décadas. También se administran contra enfermedades autoinmunes como el lupus o la artritis reumatoide. La cloroquina a veces recibe el nombre de Aralen, su marca comercial. La hidroxicloroquina se conoce también como Plaquenil.
¿Cómo actúan ambos fármacos?
Todavía no sabemos muy bien. Sus mecanismos de acción son aún desconocidos en su mayor parte. Después de años de estudio, la propuesta más aceptada es que ambos fármacos ayudan a calmar la respuesta inmune del cuerpo. Por eso trabajan tan bien contra enfermedades autoinmunes en las que nuestro propio sistema de defensas sobreactúa y comienza a atacar a células y tejidos sanos por error.
La esperanza es que funcionen de manera similar en pacientes graves y hospitalizados con COVID-19, quienes muchas veces empeoran debido a una reacción exagerada de su sistema inmune. Por otro lado, algunos estudios en laboratorio también sugieren que altas dosis de cloroquina pueden incapacitar al virus SARS-CoV-2 e impedir que ingrese a células humanas.
¿La cloroquina y la hidroxicloroquina son seguras?
Sí. Cuando se usan para tratar otras enfermedades que no sean COVID-19, se considera que ambas son seguras, al menos para la mayoría de las personas. Sus efectos secundarios más comunes son el dolor estomacal, náuseas, vómitos y dolor de cabeza.
Sin embargo, en dosis altas, estas medicinas pueden provocar problemas más serios. Esto parece ser particularmente cierto para quienes viven con afectaciones cardiacas, pues generan alteraciones en los latidos del corazón que pueden ser fatales. Otras personas pueden ser alérgicas sin saberlo. También hay reportes de daños en las retinas, los riñones o el hígado.
Además de esto, tomar cloroquina o hidroxicloroquina para controlar una infección viral conlleva otros riesgos que no conocemos. Al inhibir la respuesta inmune, algunos piensan, podrían dejarnos sin nuestro principal armamento para combatir al SARS-CoV-2.
¿Entonces por qué algunos países las usan como posible tratamiento contra la COVID-19?
Por varias razones. Primero, no tenemos muchas otras opciones por el momento. Pero además la evidencia inicial sonaba muy promisoria.
En febrero, un estudio de investigadores chinos descubrió que la cloroquina podía bloquear la entrada del SARS-CoV-2 en células, un paso esencial para que el virus pueda hacer copias de sí mismo y seguir invadiendo el cuerpo. Un mes más tarde, el mismo grupo de científicos concluyó que la hidroxicloroquina podía hacer lo mismo.
Sin embargo, ninguno de estos análisis fue realizado en humanos. Y eso es problemático: no podemos generalizar resultados encontrados en tubos y cultivos. Nuestro cuerpo es mucho más complejo que unos experimentos de laboratorio.
Por eso, cuando unos científicos franceses anunciaron que el uso de hidroxicloroquina y azitromicina (un antibiótico) estaba relacionado con la desaparición o reducción de partículas virales en pacientes infectados con SARS-CoV-2, la noticia estalló por todas partes. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, incluso tuiteó que esta combinación farmacológica podría marcar un antes y un después en la historia de la medicina.
No todos compartieron su entusiasmo. El mismo estudio fue duramente criticado por la pequeñísima cantidad de pacientes que analizó. Además, en lugar de administrar el tratamiento de forma aleatoria, los investigadores decidieron cuál persona recibía los medicamentos y cuál no. En la comunidad científica, esto no es más que mala práctica.
A pesar de esto, distintos líderes mundiales –como Trump o el empresario Elon Musk– se han pronunciado a favor del uso de la hidroxicloroquina o la cloroquina como remedios contra la COVID-19. Y cada vez que lo hacen aumentan las búsquedas en internet relacionadas a la compra de estos medicamentos.
¿Cuál es el consenso científico hasta ahora?
No existe uno. Parte de la razón tiene que ver con la diversidad de formas en que los estudios sobre cloroquina e hidroxicloroquina se están realizando. A principios de mayo, un análisis de la Universidad de Oxford encontró que de 159 estudios sólo 52 (o sea, un 33%) cumplían los estándares de diseño necesario para realizar ensayos clínicos. Si la mayoría de esos ensayos difieren en su metodología, entonces se vuelve más difícil comparar resultados de unos con los de otros.
Otra razón tiene que ver con la poca claridad científica que sale de la avalancha de estudios. El 23 de mayo, la iniciativa Cochrane, que recopila toda la evidencia disponible sobre tratamientos médicos para determinar si realmente son efectivos o no, publicó un reporte sobre la seguridad y eficacia de la cloroquina y la hidroxicloroquina, con o sin azitromicina, como tratamiento para la COVID-19.
Sus conclusiones no son muy alentadoras. En general, el reporte no encontró ningún beneficio directo derivado de la administración de estos dos antimaláricos, comparado con la atención estándar para la COVID-19. Aun así, escriben los autores, “esta evidencia también es de muy poca certeza”.
El único gran estudio que hasta la fecha ha sugerido algo concreto fue publicado en la revista The Lancet hace unos días. Sus autores buscaron datos de 671 hospitales en seis continentes y observaron qué pasó con 15,000 pacientes COVID-19 que recibieron uno u otro antimalárico, solos o en combinación con antibióticos, en comparación con 81,000 personas que no recibieron estos fármacos.
Los resultados hicieron sonar las alarmas dentro y fuera de la comunidad científica. Tomando en cuenta otros factores como edad, género y otras enfermedades previas, los pacientes que tomaron cloroquina o hidroxicloroquina tenían casi el doble de riesgo de morir en los hospitales. La OMS interrumpió los estudios que estaba llevando a cabo con estos fármacos. Algunos científicos se replantearon sus propias investigaciones.
¿Esos resultados significan que la cloroquina e hidroxicloroquina son peligrosas?
No necesariamente. El estudio en The Lancet solamente observó lo que ocurría con estos pacientes, pero sus autores no hicieron ningún experimento para comprobar sus resultados. Y el 4 de junio, la revista The Lancet retractó el estudio debido a inconsistencias en los datos que usaron los autores para afirmar que la hidroxicloroquina y la cloroquina aumentaban el riesgo de muerte en pacientes hospitalizados con COVID-19.
Por otro lado, desde su publicación, el artículo había levantado sospechas. Por ejemplo, aunque otros estudios también han sugerido que el uso de hidroxicloriquina y cloroquina en pacientes COVID-19 no ofrece beneficios e incluso puede causar daño, no han encontrado tasas de mortalidad tan exageradas. Además, la comunidad médica sabe que las complicaciones relacionadas a estos fármacos dependen de las dosis en que se utilicen. Pero los autores del análisis de The Lancet afirmaron que eso no afectaba el riesgo de muerte, a pesar de saber que distintos hospitales usan distintas dosis. Otros investigadores también han cuestionado que los autores reportan números de muertes y personas infectadas que son distintos a los que ofrecen distintos gobiernos.
¿Qué podemos concluir de todo esto?
Que todavía falta evidencia para saber exactamente qué tan seguro y efectivo puede ser el tratamiento con cloroquina e hidroxicloroquina cuando se trata de la COVID-19. Y eso puede ser frustrante, sin duda. Pero también es normal. La ciencia avanza a pasos lentos, tropezándose y contradiciéndose todo el tiempo antes de llegar a una respuesta más o menos certera.
Exagerar sus resultados, o sacarlos fuera de contexto, no le hace bien a nadie. Al contrario. En Estados Unidos, América Latina y otras partes del mundo, la gente ha acaparado estos fármacos, dejando a las personas que de verdad lo necesitan sin acceso a ellos.
En tiempos de pandemia, cuando el sistema científico no camina lo suficientemente rápido, los gobiernos y sociedades deben seguir adelante con el mejor conocimiento disponible, incluso si este es insuficiente e imperfecto. Pero eso no significa ignorar la incertidumbre a la hora de tomar decisiones.
Esta nota fue publicada originalmente por Salud con Lupa, el 4/06/2020.
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