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Esta nota tiene más de un año

El debate histórico sobre las Malvinas

Una nota publicada en el diario The Guardian, un periódico independiente, en general de centro izquierda, abarca la cuestión histórica sobre el conflicto por las islas. Incluimos también versiones argentinas sobre el tema. Invitamos a nuestros lectores a debatir sobre los diferentes argumentos:

Cuando Gran Bretaña y la Argentina renuevan una vez más sus discursos antagónicos acerca de la soberanía de las Islas [Malvinas] Falkland, no sería demasiado descabellado culpar a los Borgia (N. de R.: familia influyente del Renacimiento. Rodrigo Lanzol Borgia fue el papa Alejandro VI) por una disputa con altas y bajas por más de 300 años.

Más precisamente, la raíz del problema puede ser encontrada en las celebradas Bulas de Donación, por las cuales el Papa Alejandro VI (1492-1503), un Borgia, ejerció lo que la doctrina medieval le enseñó que era el derecho, otorgado por Dios, de dividir entre España y Portugal, las lejanas tierras que los navegantes europeos estaban comenzando a descubrir. Las líneas que trazó (después revisadas) pasaban a través de lo que es hoy Brasil, dejando la mayor parte del continente sudamericano a los españoles, cuyos conquistadores aún no habían llegado a México o Perú.

En el lado español de la línea, a 400 millas (unos 750 km) de la futura costa argentina, se encontraban unas islas, aún no descubiertas en ese momento, a las cuales los británicos darían el nombre de un empresario naval, el Vizconde Falkland, y los franceses el de Islas Malouines por Saint Malo, el puerto de embarque favorito de corsarios, que -como sus contrapartes británicos- atacaron por décadas el comercio imperial español. Los españoles adoptaron luego la denominación francesa y llamaron Malvinas a las islas.

Todo eso ocurrió después. En el siglo XVI, los monarcas protestantes, como Isabel I, rechazaron la “prerrogativa del papa” (el papa en reciprocidad, alentó a la flota española a que atacara al Reino Unido en 1588, pero los españoles fueron derrotados) que no se basaba en los derechos de descubrimiento, y menos aún en el de establecimiento, sino en la asignación de derechos a las tierras -vacías u ocupadas- aún no encontradas por los exploradores europeos, los Magallanes y Drakes de la época.

Algunas fuentes aseveran que un navío portugués, con Américo Vespucio a bordo, avistó por primera vez las [Malvinas] Falklands alrededor del 1500, antes de que Fernando de Magallanes navegara hasta el Cabo de Hornos y diera la vuelta al mundo en 1590, o que fue el mismo Magallanes, otro portugués, quien las avistó.

Más tarde, los británicos reclamarían que sus propios “lobos de mar”, Hawkins o Davis, encontraron las deshabitadas islas alrededor de 1590. Un bajel holandés, bajo el capitán Sebald de Weert, las llamó Sebaldinas en 1600.

No está claro para los estudiosos si alguno de ellos realmente descubrió las [Malvinas] Falklands u otras islas del Atlántico Sur como las Georgias. Pero el primer desembarco documentado fue de un británico, el capitán John Strong, en 1690, poco antes de los franceses (1701). El almirante francés Louis-Antoine de Bougainville levantó el primer establecimiento en 1764, cinco años después de que su comandante Montcalm hubiera perdido los territorios de Quebec y el Canadá francés a manos de los británicos, lo cual había convertido esas tierras en inglesas.

Tales disputas todavía tienen relevancia en el asunto. España reemplazó a Portugal como el poder dominante en expansión, pero, en su lenta declinación, batalló para retener su monopolio otorgado por Dios en las Américas, contra las potencias más dinámicas: Holanda, Gran Bretaña y Francia.

Fracasaron en el norte más frío, donde los británicos, y después los rebeldes norteamericanos excolonos, expulsaron a sus rivales: en la Guerra de Estados Unidos contra México de 1846-48 (en apariencia  desatada por la masacre de El Alamo), los Estados Unidos tomaron un millón de millas cuadradas, que incluían, entre otros, los actuales estados de California y Texas.

Todo ello quedaba por ocurrir cuando en enero de 1765 una expedición británica tomo posesión de la West Falkland (Gran Malvina) y estableció una base en el nuevo Puerto Egmont (todavía allí), sin advertir que dos años antes los franceses ya se habían establecido en la East Falkland (Isla Soledad). Cuando en Madrid se enteraron, los dos estados Borbones casi van a la guerra, antes de que Francia aceptara los derechos españoles (inscriptos en el Tratado de Utrecht, el mismo que también cedió Gibraltar a Gran Bretaña), en una ceremonia formal de traspaso.

En 1770 España trató de poner en vigor sus reclamos enviando una flota desde Buenos Aires (cinco barcos y más de mil hombres), a los cuales los británicos, superados en número, se rindieron. En ese momento apareció una pieza crucial del estratagema.

Jorge III y Lord North, su asediado primer ministro, estaban ocupados con las 13 colonias norteamericanas prontas a separarse. De acuerdo con el erudito estudio del profesor D.W. Gregg, de la Universidad Nacional de Australia, el gobierno de Londres estaba en una posición débil, pero no podía retroceder sin caer víctima del voto hostil en los Comunes (N. de R.: cuerpo del Parlamento) -resultó ser un curioso ensayo del drama cuando el favorito de Margaret Thatcher, Nicholas Ridley, fracasó en lograr “vender” un acuerdo de “leaseback” (N. de R.: venta con arrendamiento) con la Argentina a los miembros del Parlamento en 1981, un año antes de la invasión de la junta argentina-.

Londres insistió en que fuera restituido el asentamiento británico (que lo fue) pero los chismes de la época -publicados en diarios de la oposición y panfletos, pero no encontrados en documento oficial alguno- aludían a un acuerdo secreto que la corona británica había firmado con Madrid para evacuar el asentamiento “tan pronto como fuera conveniente”.
 
De cualquier modo, recortes en los gastos de defensa -otro tema recurrente de la saga de las [Malvinas] Falklands- provocaron que los británicos efectivamente retiraran sus fuerzas en 1774, dejando una placa que proclamaba que las islas eran “de derecho y propiedad exclusivos de Jorge III”.

Alrededor de esos reclamos se arremolina una ley internacional en constante evolución. Los principios de los derechos de conquista de terra nullius -tierras vacantes o vacías- y del sometimiento administrativo por asentamientos, o imposición del orden, ampliamente aceptados, dejaron de ser aceptables desde que la Liga de las Naciones, y después las Naciones Unidas, trataron de crear reglas globales pasibles de ser respetadas.

Durante el derrumbe del imperio español bajo la presión de la ocupación de Napoleón y el avance de las ideas liberales -estimuladas en América Latina por los Estados Unidos y Gran Bretaña- el gobernador español se retiró de las [Malvinas] Falklands en 1807. Los pobladores de la colonia partieron en 1811, dejando su propia versión de la placa británica, que los españoles habían enviado a Buenos Aires (los británicos la repondrían).
 
Balleneros, sobre todo de Canadá y los Estados Unidos, usarían los rudimentarios puertos de las islas sin obstrucciones hasta que Louis Vernet, obtuvo el permiso del recientemente independizado gobierno de Buenos Aires para reestablecer un asentamiento en 1828. Esto causó una inmediata consternación de los británicos, que habían emergido como la potencia hegemónica del mundo y amo de sus mares, después de las prolongadas guerras napoleónicas en 1815.

Pero fue la apropiación por la fuerza por parte de Vernet de un ballenero de los Estados Unidos, el Harriet, al que detuvo y llevó a Buenos Aires, por haber infringido sus derechos como gobernador, lo que provocó la ocupación británica que continúa hasta hoy. Bajo la nueva y enérgica presidencia de Andrew Jackson, los Estados Unidos enviaron un buque de guerra, el Lexington, acusando a Vernet de piratería y destruyendo su asentamiento.

Cuando los británicos retornaron en 1833-34 y finalmente establecieron una colonia formal en 1840, los Estados Unidos apoyaron a Londres. Fue la Marina Real Británica la que puso en vigor la doctrina de Monroe de no interferencia de Europa en el Nuevo Mundo, pero no había intereses vitales de los Estados Unidos tan al sur. Ello cambiaría después, pero no en ese momento.

Las islas pasaron a ser una estación de aprovisionamiento de carbón para la marina y fueron el escenario en 1914 de una batalla de revancha que destruyó los remanentes de un escuadrón alemán del Pacífico cuando trataba de regresar a su base en el mar del Norte.

La población creció regularmente hasta llegar a un pico de 2.392 en 1931 y desde entonces declinó lentamente hasta los 1500 que estaban allí cuando las fuerzas argentinas desembarcaron en abril de 1982. Algas, petróleo y una mayor atención británica llevó esa cifra desde entonces a más de 3.000 y ayudó a encender una renovada preocupación argentina.

La Argentina argumenta que los británicos abandonaron las islas en 1770, que nunca ocuparon la Isla Soledad -sitio de la moderna capital, Port Stanley- y que por 60 años no regresaron. Los ministros reclaman sus propios derechos de sucesión como herederos del imperio español, reforzados por la concesión francesa de 1767.

La Antigua doctrina del mare clausum, por la cual los estados controlan los mares que protegen sus propios límites y comercio, tiene sus ecos modernos, como lo evidencia la disputa entre Beijing y sus vecinos menos poderosos, cada uno reclamando islas en el mar del Sur de la China.

La geografía y el sentimiento anticolonial en la ONU tienden a fortalecer los reclamos argentinos, como fue evidente en algunos lugares -incluso en Washington- en 1982. Cuando las conversaciones de paz fracasaron, Ronald Reagan apoyó a su aliado británico, tal como lo había hecho Jackson en los 1830 y como finalmente lo hizo Louis Vernet, posiblemente buscando una compensación de Londres.

En 1982 las fuerzas de tarea británicas, que recuperaron las islas, lo hicieron bajo la Carta de la ONU, ejerciendo el derecho de defensa propia contra un régimen impopular y brutal en Buenos Aires, temido por sus propios vecinos.

Los sentimientos son muy diferentes en 2012 en una región más rica, más confiada y afirmada, y de allí el apoyo al boicot de los barcos con bandera de las Falklands.

Abundan anomalías en los estados, ninguna más extraña que la retención británica de las Islas del Canal, el último remanente de Guillermo el Conquistador, duque de Normandía. Apenas unas pocas millas afuera de la costa francesa han sobrevivido incontables guerras y derrotas de ambos lados y también la ocupación alemana. Con nombres franceses o no, los isleños parecen contentos de considerarse una dependencia británica. Gibraltar es otra anomalía de ese tipo, como los son los propios enclaves españoles en Marruecos.

Así, Whitehall (N. de R.: referencia al Parlamento inglés) puede jugar la carta de la autodeterminación, también poderosa en la ONU, que recientes informes sugieren tiene cierta resonancia entre argentinos que entienden que los arraigados habitantes de las [Malvinas] Falklands -fish and chips y todo eso- son profundamente británicos.

Londres dice que nunca aceptó la autoridad del papa sobre disputas territoriales, tanto en tiempos de los Tudor como ahora. ¿Pero qué pasó con el Tratado de Utrecht? La respuesta es que se refería sólo a tierras ocupadas. El hallazgo no es suficiente, y el descubrimiento de las Falklands/Malvinas [en el original] está disputado.

El temprano reclamo de Gran Bretaña es fuerte y, aunque abandonó las islas en 1774, lo mismo hizo la futura República Argentina en 1811. Londres ha provisto asentamiento y apoyo sin interrupción desde 1834, incluyendo períodos prolongados, tanto en los siglos XIX y XX, cuando los reclamos de Buenos Aires se habían silenciado.
 
En verdad, ambas partes tienen argumentos sustanciales, lo suficiente como para mantener ocupados a los diplomáticos y a los planificadores militares ansiosos -ambas partes son militarmente más débiles de lo que eran-. Pero cualquiera sea el país que venza en esta última batalla de las [Malvinas] Falklands, siempre ganarán los abogados.

Hasta ahí la nota del Guardian. Pero el debate también surgió en el país. Marcelo Lescano, geógrafo y autor del blog Cuatro Vientos en el Plata, complementa la información:

“Entre 1774 y 1810 más de veinte gobernadores/comandantes designados desde Buenos Aires tuvieron a su cargo la autoridad política en las islas. Aclárese que su jurisdicción ya entonces era la del Atlántico Sur, excediendo el perímetro inmediato. Estos delegados del estado español se ocuparon en particular de monitorear la pesca realizada por otras naciones, lo que fue un temprano ejercicio en la conservación de los recursos naturales subantárticos. En 1815 el Almirante Brown alcanza los 65º S, y luego en 1820 Buenos Aires retoma la presencia política en las islas nombrando un nuevo comandante. Durante su posesión del cargo, James Hewitt ejerce jurisdicción al igual que durante el Virreinato, alcanzando el actual sector antártico. En una de estas ocasiones, Hewitt se encuentra con nada más y nada menos que James Waddell, a quien le señala cortesmente que se encontraba en territorio de las Provincias Unidas. Este volvería a Gran Bretaña en 1823, teniendo tiempo de sobra para difundir en los altos círculos a los que pertenecía la presencia de las autoridades del Río de la Plata no sólo en Malvinas, sino en todo el Atlántico Sur. Así es que nada es casual en 1833, cuando Gran Bretaña expulsa a los isleños, reales merecedores de tal título, y a la autoridad delegada, forzándolos a embarcarse hacia Montevideo.”

Por su parte, Roberto Malkassian, profesor de Derecho Internacional Público, sostiene en una carta a La Nación:

“Los derechos de la Argentina sobre las islas tienen su origen en un tratado entre Gran Bretaña y España firmado el 25/10/1790, llamado Convención de Nootka Sound o de San Lorenzo el Real, por el que el Reino Unido se comprometió a no ocupar tierra alguna al sur de las tierras e islas ocupadas por España en «… la América Meridional e islas adyacentes…» (artículo IV).”

Comentarios

  • Oscar E. Vozzi17 de febrero de 2012 a las 3:12 pmEs ocioso discurrir sobre la soberanía. Los ingleses no se sientan a discutir porque ni ellos mismos creen en sus argumentos.
    Los habitantes del lugar no están en condiciones de discutir sobre la soberanía porque son ciudadanos británicos de pleno derecho, pero están.
    Creo más relevante disuctir que proponemos a los kelpers si la soberanía finalmente nos es reconocida: ¿Un Villa Gral Belgrano? ¿Un Gaimán? ¿Ciudadanía optativa o compulsiva?
    ¿ius solis o sanguinis? ¿Período de transición? ¿Cunto y como? ¿Provincia federal o distrito de una provincia? ¿Derechos sobre los bienes naturales como las provincias?
    • Rata18 de febrero de 2012 a las 6:46 am[quote name="Oscar E. Vozzi"]Es ocioso discurrir sobre la soberanía. Los ingleses no se sientan a discutir porque ni ellos mismos creen en sus argumentos.
      Los habitantes del lugar no están en condiciones de discutir sobre la soberanía porque son ciudadanos británicos de pleno derecho, pero están.
      Creo más relevante disuctir que proponemos a los kelpers si la soberanía finalmente nos es reconocida: ¿Un Villa Gral Belgrano? ¿Un Gaimán? ¿Ciudadanía optativa o compulsiva?
      ¿ius solis o sanguinis? ¿Período de transición? ¿Cunto y como? ¿Provincia federal o distrito de una provincia? ¿Derechos sobre los bienes naturales como las provincias?[/quote]

      A ver si no me censuran, en mi comentario pedi que envien copia de la nota a los cipayos de El Gran Diario Ingles y a La Nacion Inglesa y me censuraron
  • Diego Javier Gonzále17 de febrero de 2012 a las 4:42 pmYo lo único que espero es que toda esta movida no esté fogoneada por EEUU para hacer caer al gobierno, como pasó en el 82; o aún peor, para justificar una intervención en la región, como hicieron siempre en todo el mundo.
  • GabrielQuilmes18 de febrero de 2012 a las 12:07 amLa traducción es pésima, costaba leer. Muchachos, un poco mas esfuerzo ahí, no solo basta usar el translate.
    • chequeado.com18 de febrero de 2012 a las 3:01 pmTiene Usted razón. Nuestras disculpas.
      Nos esmeraremos más en la próxima.
      La Redacción
    • Facundo A18 de febrero de 2012 a las 8:26 pmLeelo en inglés...
  • koerco21 de febrero de 2012 a las 11:53 amLos ingleses argumentan que Rosas en 1850 entrego las Malvinas con el tratado Arana-Southern. También dicen que la Convención de Nootka no se aplica a las Malvinas. Pero hay algo claro los ingleses no respetan los tratados porque según ellos son viejos a menos que se trate de Gibraltar.
  • Chicho23 de febrero de 2012 a las 6:27 pmCuando los ingleses hablan de las islas Malvinas, en realidad estan hablando tambien de las islas Georgias,las Sandwichs, y otras islas adyacentes, pero sobre todo estan mirando hacia el Continente Helado, la Antartida. Es ahí donde realmente apuntan y donde tienen puesto el ojo como objetivo principal. Por algo fueron un Imperio y tienen mentalidad imperialista . America del Sur depende de Argentina y Chile para impedir este atropello .
  • Edgar Acuña24 de febrero de 2012 a las 10:41 amMuy interesante el informe. Tengo un periódico local, podría publicar partee de la nota ya que es extensa y tengo prevista dos entrevistas una a un ex combatiente que estuvo en Malvinas y un soldado movilizado
  • Guarino A. Reinaldo1 de marzo de 2012 a las 10:44 pm¿Es demasiado pedir que se tenga la misma consideración con los descendientes de los ocupantes argentinos del año 1833 que se tiene ahora con los kelpers? Recordar que hay descendientes de los Vernet en Santa Fe, y con un poco de suerte e investigación, algún Rivero...

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