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¿Irse a vivir “al verde” es más ecológico?

Si tenés sólo unos segundos, leé estas líneas:
  • Con la llegada de la pandemia, aumentó la búsqueda de propiedades en los suburbios detrás de un supuesto “estilo de vida más conectado con la sustentabilidad”.
  • Sin embargo, diferentes estudios muestran que la vida suburbana conlleva una serie de externalidades negativas, contribuyendo a mayor contaminación y congestión vehicular, además de ser más ineficiente en términos de provisión de servicios.
  • Según especialistas de la ONU, la CEPAL, el BID y el Banco Mundial, las ciudades densas y compactas disminuyen los tiempos dedicados a traslados y ayudan a preservar las tierras fértiles para usos rurales.

Tras la irrupción de la pandemia de la COVID-19, muchas familias buscaron salir de las ciudades e instalarse en los suburbios. Desde 2020, los diarios argentinos vienen informando sobre un aumento de búsquedas de propiedades en zonas retiradas de los centros urbanos, entrevistando a parejas que buscan estar “más cerca de la naturaleza” y desarrollar “un estilo de vida más conectado con la sustentabilidad”.

Sin embargo, y contrariamente a la intuición, la vida en ciudades compactas sigue siendo el modo de vida más ecológico y eficiente que existe. ¿Cómo se explica esto?

Un diagnóstico preocupante

La mancha urbana en América Latina crece año a año. Algunos motivos son “el crecimiento demográfico y de los ingresos, la transformación de la estructura productiva, la disminución del tamaño promedio de los hogares, la privatización del espacio público, el aumento del costo de la vivienda, la especulación, la voluntad de vivir en condominios cerrados para protegerse de una violencia real o percibida, y la ausencia o deficiencia de una planificación urbana”, enumera el informe Ciudades sostenibles con igualdad que publicó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Oficina Regional de ONU-Hábitat.

Así, la extensión urbana del Área Metropolitana de Buenos Aires pasó de 134 mil hectáreas en 1990 a 196 mil hectáreas en 2015, mientras que en el mismo lapso la población creció a un ritmo menor (de 10,6 millones a 14,1 millones de habitantes), según este mismo informe.

Tras analizar el crecimiento de 33 aglomerados urbanos de la Argentina en el siglo XXI, la conclusión del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) fue lapidaria: “Las ciudades argentinas no están creciendo de manera sustentable, consumiendo mucho suelo en relación con sus propios incrementos poblacionales”.

Según el informe de la CEPAL y la ONU, presentado durante la conferencia Hábitat III, esta excesiva dispersión poblacional crea externalidades negativas “que fragilizan la sostenibilidad del desarrollo urbano”. Veámoslas más en detalle.

Qué pasa cuando muchos van a vivir a las afueras

Lo primero que genera esta expansión “incontrolada y desordenada” de las áreas urbanas son problemas vinculados al transporte y la congestión de las vías urbanas.

“Con el aumento de la población y de su poder adquisitivo, junto con una deficiente oferta de transporte público, un número creciente de vehículos invade las ciudades”, advierten la CEPAL y la ONU.

Jorge Blanco, director del Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), analizó el caso de Pilar, en el norte del Gran Buenos Aires, localidad que experimentó un crecimiento vertiginoso en la década del 90 de la mano de la ampliación de la red de autopistas y del desarrollo de un polo comercial a 50 kilómetros del Obelisco.

“Todo el conjunto de transformaciones desarrolladas en Pilar supone poseedores de, al menos, un automóvil por grupo familiar, y las enormes playas de estacionamiento son la postal de presentación de estas construcciones”, ilustró Blanco.

“Para ir de uno a otro de los emprendimientos situados en la misma intersección hay que atravesar puentes y playas de estacionamiento. Y no hay ninguna organización de la circulación peatonal que permita, favorezca o estimule el desplazamiento a pie entre estos emprendimientos y los situados en la anterior bajada del Acceso Norte”, agregó el especialista.

Según Cippec, el uso casi inevitable del automóvil en este contexto y las mayores distancias recorridas por quienes viven en las afueras pero trabajan en el centro tiene, además, “un impacto nocivo sobre los sistemas de movilidad y las emisiones de CO2 que promueve”, como muestran los repetidos embotellamientos en la Panamericana.

Otra de las consecuencias de no densificar los tejidos urbanos es la proliferación de vacíos urbanos, lugares abandonados u obsoletos al interior de las ciudades. Esto, a su vez, genera costos más altos para los gobiernos locales “debido al incremento de las inversiones que hacen al funcionamiento de la ciudad y la provisión de servicios en territorios más amplios”.

En otras palabras, la creación de nuevos countries o barrios cerrados en la periferia de las ciudades hace que en muchos casos el Estado se vea obligado a llevar hasta ahí su red de servicios domiciliarios para un número reducido de hogares en zonas alejadas, lo que genera deseconomías de escala.

En ese sentido, un dato preocupante en términos urbanísticos es que el 46% del crecimiento del Área Metropolitana de Buenos Aires entre 2006 y 2016 correspondió a urbanizaciones cerradas (ver datos).

¿Las ciudades son ecológicas?

Las desventajas de la excesiva expansión urbana llevan a preguntarnos por los beneficios de la vida en ciudades.

Según un estudio de 2010 publicado por un grupo de investigadores norteamericanos en el Journal of the American Planning Association, un aumento del 10% en la densidad de las áreas metropolitanas está vinculado a una reducción del 3,5% en los viajes y los niveles de emisiones de dióxido de carbono.

Además, en su artículo “¿Cuánto cuesta la densificación?”, los especialistas en desarrollo urbano del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) Nora Libertun y Roberto Guerrero coincidieron en que las ciudades densas ayudan a disminuir los tiempos dedicados a traslados.

Libertun y Guerrero compartieron otras 2 ventajas de la vida urbana compacta: ayuda a preservar las tierras fértiles para usos rurales y permite un despliegue más eficaz de la infraestructura de servicios.

“Para municipalidades urbanas dispersamente pobladas (…), un incremento de 1 punto porcentual en la densidad de la población conduce a una disminución de 3,4% en el gasto municipal per cápita en los servicios urbanos básicos”, concluyeron.

No obstante, esta relación no es infinita. Los especialistas del BID advierten que existe una relación en forma de “U” entre densidad y gasto, lo que sugiere que pasada cierta densidad óptima, los gastos comienzan a aumentar.

Además de los organismos citados, la densificación urbana es apoyada por el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

“Los efectos de aglomeración son mayores en ciudades más densas: el suministro de servicios e infraestructuras a una población más compacta cuesta menos, y se pierden menos tierras cruciales para apoyar la producción agrícola y la sustentabilidad ambiental”, dijo el Banco Mundial en un capítulo en el que analiza el progresivo abandono de políticas que fomentan la suburbanización.

“Las ciudades compactas disminuyen el impacto sobre el medio ambiente, con distancias intraurbanas más cortas y menos dependencia del automóvil. También contribuyen a la economía al aumentar la eficiencia de la inversión en infraestructuras y facilitar el acceso de los residentes a servicios, empleos y redes de contacto social”, explicó por su parte la OCDE.

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Comentarios

  • Daniel bianchi4 de mayo de 2022 a las 12:48 pmExcelente articulo ,claro y conciso

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