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Esta nota tiene más de un año

Por qué siempre se debe consultar al médico antes de tomar antibióticos

“Ay, pero mirá si voy a ir a ver a la médica por este resfrío. Me tomo el antibiótico que me sobró de la vez pasada y listo”.

“Yo no confío mucho en este médico: hace una semana que estoy resfriada y no me recetó ningún antibiótico”.

Seguramente escuchamos (y hasta hicimos) alguno de estos comentarios más de una vez. De hecho, la falsa creencia generalizada de que los antibióticos sirven para curar cualquier enfermedad, entre ellas los resfríos o la gripe, es un problema a nivel mundial que requiere medidas urgentes.

Una encuesta de 2015 hecha por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre 10 mil personas en 12 países mostró que un 64% de las personas consultadas creían que los antibióticos eran útiles contra resfríos y gripes, y alrededor del 30% sostenían que debían dejar de tomar los antibióticos al sentirse mejor en lugar de completar el tratamiento indicado. Estos resultados coinciden con los relevamientos (acá y acá) que muestran que existe un aumento crítico a nivel mundial de la resistencia a antibióticos (o sea, disminuyen su efectividad), situación que está poniendo en peligro nuestra capacidad para tratar enfermedades infecciosas hoy y en el futuro.

Tan relevante es esta problemática de salud pública que, desde 2015, la OMS impulsa la celebración de la “Semana Mundial de Concientización sobre el Uso de Antibióticos”. La iniciativa busca alertar a la población acerca de los peligros de la automedicación y el uso indiscriminado de antibióticos. Este año se realizó entre el 13 y el 19 de noviembre bajo el lema “pida consejo a un profesional de salud antes de tomar antibióticos”.

Bacterias only

Los antibióticos son compuestos químicos que actúan sobre las bacterias matándolas o impidiendo su crecimiento en nuestro organismo. Eso quiere decir que no refuerzan las defensas. Por lo tanto, no tiene sentido tomarlos como medida preventiva “antes de que empiece el frío”.

Por otro lado, no actúan contra “cualquier cosa más o menos chiquita que pueda hacernos mal” sino que son específicos: atacan células y un virus no es una célula.

Pero… ¿no tenemos células nosotros también, acaso? Para tranquilidad de la población humana, la acción de los antibióticos es específica contra células bacterianas. Y esta especificidad representa, justamente, una de las dificultades en la lucha contra las enfermedades infecciosas porque el antibiótico debe tener toxicidad selectiva, es decir que tiene que poder destruir a un organismo vivo (bacteria) que vive dentro de otro organismo vivo (nosotros), pero sin dañarnos.

Para lograr esa toxicidad selectiva, se suelen buscar características que compartan las células bacterianas entre sí, y que no existan en las restantes células. La penicilina, por ejemplo, debilita la pared celular protectora que sólo existe en las bacterias y no en las células humanas. En este caso, el antibiótico no mata a las bacterias por acción directa sino que impide que formen su “escudo de defensa” y es nuestro propio organismo quien se encarga de eliminarlas. En otros casos, los antibióticos evitan que las bacterias produzcan proteínas esenciales para su crecimiento o modifican los mecanismos de transporte de sustancias entre la bacteria y el medio que la rodea, por lo que esta muere al alterarse su nutrición y su metabolismo.

Primera conclusión: los antibióticos sólo sirven frente a infecciones bacterianas. Son inútiles en el caso de enfermedades virales, como la gripe o el resfrío.

Resistencia organizada

La resistencia a los antibióticos se produce cuando las bacterias mutan y se vuelven resistentes a estos fármacos. Si bien la aparición de cepas resistentes es un fenómeno que ocurre naturalmente cuando estos microorganismos se dividen o intercambian material genético entre ellos, el proceso puede acelerarse por diferentes motivos, entre ellos el mal uso, disposición de desechos y abuso de los antibióticos. La resistencia a los antibióticos, que está aumentando mundialmente a niveles alarmantes, hace que se incrementen los costos médicos, que se prolonguen las internaciones en hospitales y que aumente la mortalidad.

Durante muchos años la fascinación por los antibióticos llevó a su uso y abuso sin prestar demasiada atención a las indicaciones de profesionales de la salud o a las pautas de administración. Cuando realizamos un tratamiento con antibióticos la mayoría de las bacterias muere pero, especialmente si lo dejamos inconcluso porque “ya me siento bien”, es probable que algunas resistentes sobrevivan y puedan pasar esa resistencia cuando se dividen y también a otras bacterias. Es muy importante aclarar que son las bacterias, y no los seres humanos ni los animales, las que se vuelven resistentes a los antibióticos.

Teniendo en cuenta que, a partir de una bacteria, pueden producirse en un día más de mil millones de nuevas bacterias, es fácil ver el problema: los antibióticos, con el tiempo, dejan de ser eficaces y deben ser reemplazados por otros de “nueva generación” (¡marche el que sigue!). Pero, ¿qué ocurre cuando no hay “nuevas generaciones”?

Día a día se intenta ganar esta batalla contra la resistencia bacteriana centrándose en la búsqueda y producción de nuevos y mejores antibióticos. Sin embargo, es un objetivo difícil de alcanzar porque el porcentaje de bacterias resistentes es cada vez mayor y un medicamento requiere inversiones millonarias y puede tardar hasta 10 o 20 años en ser aprobado para salir al mercado.

De hecho, en las últimas décadas, el número de nuevas clases de antibióticos desarrollados declinó abruptamente y al período desde 1987 hasta la actualidad se lo conoce como “vacío de descubrimiento” (discovery void). Recién en 2015 se reportó una nueva molécula, la teixobactina, aún en estudio, con potencial para convertirse en una nueva clase de antibiótico.

Segunda conclusión: cada vez que consumimos un antibiótico sin necesidad o no completamos un tratamiento estamos ayudando a que el medicamento pierda efectividad y aumente el número de bacterias resistentes a determinadas infecciones.

¿Entonces?

Cuando se nos diagnostica una infección bacteriana contra la que se ha desarrollado un antibiótico, tomarlo según indicación médica y completar el tratamiento es la mejor opción. Los datos recientes indican que, en ciertos casos, las tandas más cortas de tratamiento antibiótico podrían tener la misma eficacia contra algunas infecciones que las tandas más largas, pero esto es algo que debe indicarnos exclusivamente un profesional de la salud.

Por otra parte, contra una enfermedad causada por virus, como el resfrío o la gripe, los antibióticos no pueden hacer absolutamente nada. ¡No insistamos y no nos automediquemos!

Finalmente y, por sobre todo, retomemos el lema de la “Semana Mundial de Concientización sobre el Uso de Antibióticos 2017”: pedir siempre consejo a un profesional de salud antes de tomar antibióticos. Por vos, por mí, por todos.

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Comentarios

  • Mira7 de diciembre de 2017 a las 11:13 amLa venta libre de antibióticos está prohibida en el país, pero los farmacéuticos son los primeros en venderlos sin la receta correspondiente (que no es una receta estándar si no que es una especial, del mismo tipo que se usa para los psicoactivos)

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