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El impacto real de la desinformación

En los últimos meses hemos visto una serie de críticas hacia el fact checking, que en muchos casos mezclan distintas cosas: acusaciones infundadas de censura o de sesgo; el supuesto bajo impacto del trabajo que hacemos los chequeadores y, quizás más preocupante todavía, que la desinformación no es realmente un problema tan grave y que la respuesta que se ha dado es desproporcionada. Pero, así como ya señalamos por qué el fact checking no es censura y hay estudios que muestran que los chequeos sirven, ahora queremos mostrar la evidencia del impacto de la desinformación

Desinformación y elecciones

Muchas veces cuando se habla del impacto de la desinformación, se analiza el efecto que puede tener sobre la decisión en el voto de los ciudadanos. Es posible que esto esté vinculado a que la visibilidad del fenómeno estuvo asociada a procesos electorales, sobre todo en los Estados Unidos y en el Reino Unido en 2016 (las búsquedas del término “fake news” en Google se multiplicaron por 10 entre octubre de 2016 y febrero de 2017). Y es cierto que algunos estudios sobre los efectos del fact checking no han mostrado un cambio significativo en la decisión de los votantes. 

De hecho, cuando votamos estamos influenciados por todo tipo de factores, emocionales, económicos, sociales y muchos más, es muy posible que ni los datos que se dan durante las discusiones de campaña ni las desinformaciones sean la clave de nuestra decisión. Pero eso no quiere decir que no influyan en otros aspectos, como la credibilidad del proceso electoral. En los últimos años vimos cómo se pusieron en duda los resultados de las elecciones en muchos países de la región, sin que hubiese evidencia real de un fraude

En Brasil, la desinformación llevó a seguidores del ex presidente Jair Bolsonaro a tomar edificios públicos en Brasilia, bajo la idea de revertir un resultado supuestamente ilegítimo. En Paraguay, un candidato llamó a sus seguidores a protestar contra un supuesto fraude y llegaron a detener el paso de una ambulancia en medio de una emergencia. En Perú, un miembro de la Oficina Nacional de Procesos Electorales fue agredido físicamente luego de un proceso electoral muy contencioso en el que se hicieron acusaciones de fraude sin ninguna evidencia. Son consecuencias en la vida real. 

Efectos sobre la salud

Más allá de la política, los efectos que la desinformación puede tener sobre la salud son catastróficos. En la pandemia vimos cómo una red de vendedores de dióxido de cloro lucraban con la desesperación de las personas para hacerlos creer que se trataba de una cura efectiva, que lejos de eso provocó la muerte de algunas personas. Todo por la desinformación. 

Y si estos parecen casos aislados, difíciles de sistematizar, es porque en muchos casos lo son: es difícil separar el efecto de la desinformación de muchísimos otros factores y situaciones que también contribuyen. Pero existen algunos estudios que lograron hacerlo. Uno, por ejemplo, realizado durante la pandemia, mostró que luego de que el entonces presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, desestimara los riesgos del COVID, en los municipios donde contaba con mayor aprobación se registró una mayor circulación de personas, en contra de las recomendaciones de las autoridades de salud.

Otro aspecto en el que podemos ver el impacto concreto de la desinformación es el económico. Por un lado, en las cientos de estafas que se difunden día a día, y por otro, a nivel más sistémico, con el efecto que puede tener sobre la estabilidad económica de un país. Un caso en este sentido se vio en la Argentina en 2018, cuando en el medio de una corrida bancaria, donde abundaban los rumores y la confusión, hubo desinformaciones que contribuyeron a la desestabilización. 

Decir que la desinformación no es un problema real, o que su impacto no es tan grande, es negar toda la evidencia que se acumula, ya sea de casos concretos o de estudios que lo sistematizan. No es el único problema que tenemos en nuestro ecosistema digital: la polarización, la agresividad de las discusiones y el acoso digital, entre otros, también son parte del problema. La desinformación florece en un ecosistema informativo en el que se mezclan muchos elementos. Eso no la hace menos peligrosa. 

La desinformación es un problema que vino para quedarse. No existe ninguna solución mágica que vaya a eliminarla, y las propuestas de regulación que buscan prohibir la desinformación, a través de leyes “anti fake news”, traen tantos riesgos para la libertad de expresión que pueden terminar siendo peor que el problema que buscan solucionar. Pero eso no quiere decir que no podamos hacer nada. 

Qué podemos hacer

Una de las cosas que los chequeadores hacemos, entre otras estrategias, es desmentir desinformaciones. Estas intervenciones han demostrado tener resultados positivos. Además, trabajamos para darle herramientas a la ciudadanía para que cada persona pueda identificar las desinformaciones, y la información de calidad, por sí misma, a través del pensamiento crítico. También desarrollamos tecnología para ser más eficientes y aumentar el impacto, y hacemos investigaciones en profundidad para identificar tendencias y advertir de las estrategias que usan los desinformantes. Ninguna de estas soluciones es suficiente por sí sola, pero todas contribuyen a mitigar el impacto de la desinformación y a lograr que su efecto sea menor

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