¿“Dictador” o “de facto”?
Con el fin de la dictadura y la recuperación de la democracia, algunos medios escritos encontraron dificultades conceptuales para referirse a la historia del pasado reciente.
Algunas simpatías fueron disimuladas con un lenguaje eufemístico que delató las ideas de la prensa escrita. Ejemplos de este fenómeno fueron los diarios La Nación y Ambito Financiero, entre otros, que durante varios años evitaron el sencillo vocablo “dictador”, y utilizaron la expresión “presidente de facto”.
Se podrían aventurar tres hipótesis para entender este lenguaje retórico:
-La inercia de la autocensura luego de tantos años de dictadura.
-El miedo que aún perduraba en buena parte de la sociedad.
-La posición que imperaba en vastos sectores de no revisar el pasado. Vale decir, evitar investigaciones sobre la violación de derechos humanos y los juicios a los responsables, temas impulsados por el gobierno que acababa de asumir.
Fue necesario que pasara un cuarto de siglo para que el diario La Nación comenzara a nombrar a Rafael Videla como dictador, a pesar de que es un término que dentro de la lengua castellana le cabe a cualquiera que toma el poder por la fuerza, prohíbe los partidos políticos, invalida la Constitución Nacional, clausura el Congreso y gobierna utilizando la violencia y el terror. Sin embargo, se necesitaron tantos años para abandonar -aunque todavía se le escapa a algún melancólico redactor- el curioso “presidente de facto”.
Ni “de facto” ni “facto” existen en el diccionario de la lengua española de Julio Casares. “De facto” es sí una locución latina que disfraza el pertinente “dictador”, vocablo mucho más sencillo y descriptivo. En el excelente “Libro de estilo” del diario español El País, que recoge el “de facto”, se aconseja: “No debe emplearse en un texto noticioso”.
Similar procedimiento lingüístico fue utilizado -y aún hoy se desliza en algunos artículos- cuando se denomina “Proceso” a la dictadura de los años 70. “Proceso de Reorganización Nacional” fue el pomposo título que se adjudicaron los miembros de la Junta Militar. Utilizarlo como eufemismo para evitar “tiranía” o “dictadura” revela intencionalidad en quien escribe. Un ejemplo es que durante los años referidos, La Nación jamás utilizó el “de facto” para referirse a Fidel Castro. Sencillamente lo llamó “el dictador Fidel Castro”.
En el otro extremo del arco ideológico, nadie puede imputarle a Página 12 el no haber usado los términos correctos cuando se refiere a la dictadura. No obstante, cuando mencionaba a Fidel Castro decía “primer ministro”, denominación que revelaba simpatías hacia quien eliminó la libertad de expresión, de asociación, prohibió los partidos políticos y se mantuvo en el poder durante más de medio siglo.
No se trata de comparar a Castro con Videla. Ambos ocupan posiciones antagónicas ideológicamente. Uno intentó -y fracasó- la búsqueda de un sistema socialista y libertario. El otro lanzó sus huestes a la caza de opositores.
Nada de esto es novedoso. El periodismo tuvo y siempre tendrá sus simpatías frente a determinados procesos políticos. Pero el caso más notable fue el del diario La Prensa.
Luego del golpe de Estado de 1955, que derrocó al presidente Juan Domingo Perón, La Prensa fue restituida a la familia Gainza Paz, que decidió prohibir el apellido Perón o el término “peronismo”. Eso impuso una retórica que ponía en aprietos a los cronistas del diario.
Cuando Perón, en su exilio español, era noticia, La Prensa decía: “Ayer habló en Madrid el ex tirano prófugo”, o “el ex dictador derrocado en 1955”. Los peronistas dejaron de serlo para convertirse en “adictos al ex dictador”.
En los años 60 la esposa de Perón, Isabel Martínez, llegó a Buenos Aires. Como regía la prohibición interna, La Prensa titulaba “Arribó al país la tercera esposa del tirano prófugo”. En alguna volanta también podía encontrarse: “Sus adictos realizaron una manifestación para rendirle homenaje”.
Debe reconocerse, no obstante, que La Prensa fue el único diario en castellano que publicó denuncias contra la represión ilegal de la dictadura de Videla y sus sucesores.
Comentarios
Sin entrar en la cuestión de raíz, me permito señalar que la expresión "de facto", con el sentido que se le da en "presidente de facto", figura en el Diccionario de la Real Academia Española: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=de facto
Es curioso que se citen un diccionario que no es el DRAE y el manual de estilo de un diario para sostener que tal giro es "curioso", cuando lo más habitual y sencillo es acudir al Diccionario de la Academia. Creo que esto revela tendenciosidad de parte del autor de la columna, que necesitaba algún argumento para reforzar su ataque a los diarios que utilizan esta expresión.
Repito, no critico el fondo de la argumentación, pero la artimaña de señalar la inexistencia de un término en un diccionario cualquiera, cuando figura en el oficial de la RAE, es una operación deshonesta.
Por otra parte, el término "dictador" puede ser "sencillo y descriptivo" pero eso no significa que la expresión "presidente de facto" sea incorrecta.
A ver si "Chequeado" se chequea a sí mismo alguna vez.
Estoy 100% de acuerdo con su línea argumental. Pero la nota falla en sus proposiciones. "De facto" es de uso común y figura en el diccionario de la Real Academia Española. De hecho, “de facto” en castellano se usa como lo opuesto a “de jure”, de derecho. Hablando mal y pronto es: fuera de la ley. Y la dictadura fue en ese sentido “de facto” y no es incorrecto su uso. De lo que se trata es de aclarar (exponer, descubrir, revelar) que en la escala de tipos de gobierno hay desde los legalmente establecidos, a los “de facto”, a las dictaduras, a las dictaduras criminales de lesa humanidad. Y cuando hay una escala de gravedad, como en el caso de los delitos, no nombrar lo-de-gravedad-mayor resulta retóricamente en encubrimiento.
En las noticias de hoy: un joven vecino saltó una tapia con el objetivo de robar. Para su sorpresa, en la casa estaban sus vecinos. Procedió entonces a acuchillarlos, y una anciana murió a consecuencia de las cuchilladas. Podríamos decir en un titular la proposición verdadera: “Joven viola la privacidad de sus vecinos”. Es verdad, pero encubriría el hecho del homicidio.
Lo de Fidel también tiene problemas lógicos. No es cierto que la única forma de gobierno sea la democracia representativa por partidos políticos. El fascismo, por ejemplo, no usa ese sistema ni dice que quiera hacerlo. El socialismo marxista tampoco, ni tampoco dice que quiera hacerlo. Los gobiernos de ambas posturas se sienten y aducen ser auténticos representantes del pueblo a través de mecanismos distintos del voto periódico por representantes alineados en partidos políticos. Ambas son de partidos únicos. En el socialismo marxista el pueblo expresa su voluntad a través de los “soviet” y la batalla política se da en el seno del partido único. No es entonces por la ausencia de partidos políticos o elecciones al estilo de las democracias representativas que Fidel sería un dictador. Pero sí lo sería por su propia doctrina: esta sostiene que el Estado es la institución de opresión de una clase por otra, y el régimen socialista reemplaza la dictadura de la burguesía por la del proletariado.
Se trata, en su propia doctrina, de una dictadura y el jefe único por décadas es, de hecho, un dictador.
El diccionario de la Real Academia Española (rae.es) dice lo siguiente sobre la expresión "de facto":
de facto. (Loc. lat.). 1. loc. adj. de hecho (‖ sin ajustarse a una norma previa). U. t. c. loc. adv.
Soy el autor de la nota. En el breve artículo me refería al lenguaje periodístico y su mensaje al público lector.
Es cierto que la Real Academia admite el “de facto”(DE FACTO. loc. adj. de hecho (‖ sin ajustarse a una norma previa). U. t. c. loc. adv. (Real Academia)) y esa acepción jurídica también es utilizada por los politólogos. Pero nadie podría publicar que el general Videla “no se ajustó a una norma previa”, cuando tomó el poder, a pesar de que es literalmente cierto.
¿Cómo llamarlo, entonces? Dictador. En el Diccionario de Política, de Norberto Bobbio se define a la dictadura como “la contraposición con la democracia, entendida como democracia liberal. Los regímenes dictatoriales son regímenes antidemocráticos. La democracia liberal conlleva la separación de hecho y de derecho del poder y la trasmisión desde abajo hacia arriba de la autoridad política”.
Pero pocas veces los artículos periodísticos mencionan la democracia liberal. Basta decir democracia y se supone que el lector entiende como tal la división de poderes, las libertades individuales, etc.
Cuando en La Nación se dice “el dictador Fidel Castro” y “el ex presidente de facto Rafael Videla” hay una clara intencionalidad política. Igual que Página 12, pero al revés.
En ambos casos, desde una doctrina democrática liberal, creo que hay que hablar de dictadores. Después se verá si fueron más o menos sangrientos. Efectivamente, Onganía no fue Videla.
No me quiero meter en aguas desconocidas, pero hay otras categorías tales como despotismo, absolutismo, tiranía, autocracia, términos que la ciencia política define con mucha claridad.
El comentario de Ismael dice, con razón, que la democracia representativa no es el único sistema de gobierno. Pero dentro del periodismo, salvo en artículos de opinión muy elaborados, conviene definir con términos adecuados –también elementales- las formas de gobierno: democracia y dictadura son suficientes para un lenguaje que no pretende ser jurídico, sino accesible.
No hace falta "aclarar" nada. La cuestión de fondo, repito, está clara y acá nadie la discute. Lo que yo cuestiono explícitamente (y otros comentaristas implícitamente, me parece) es la deshonestidad intelectual que supone conocer la definición del DRAE e ir a buscar adrede otro diccionario donde el término no figure.
Por otra parte: ¿por qué "nadie podría publicar que el general Videla 'no se ajustó a una norma previa', cuando tomó el poder, a pesar de que es literalmente cierto"? Me parece una afirmación absurda. CLARO que podemos publicar que Videla no se ajustó a una norma previa (a la Constitución y las leyes) cuando tomó el poder. En eso consisten, justamente, los golpes de Estado.
Lo dije por otro lado y lo repito acá: es tristemente irónico que Chequeado.com no chequee lo que publica. Evidentemente ahora todo debe ser social, compartido, opinable, incluso en los sitios que se proponen dotar de rigor al discurso público. Una pena.
Los diccionarios solo dan definiciones fosilizadas de las palabras, citar diccionarios para sostener una argumentación sobre “lo que quiso decir” o “lo que hay que interpretar con…” o mucho menos “la intencionalidad política del uso de…” (Es decir, para definir la palabra en su uso contextual) es un poco pobre. Tomar “de facto” y definirlo por lo que dice la real academia es querer sacarle el contexto sociocultural e histórico en que fue/es utilizado. Quizás decir “no existe tal palabra en tal diccionario” no fue lo más atinado para sostener un punto que era solido, hasta que hizo agua por ahí (Al fin y al cabo la palabra existe, de hecho es usada), pero de ahí a ponerse a citar otros diccionarios!!! Estamos en la misma, la palabra claramente existe, pero su significado no es el del fósil. No me parece que haga falta citar a la real academia para evidenciar que la palabra existe, y si se quiere es mostrar su “verdadero significado” tampoco es el que figura ahí, por lo menos no es el que importa en el contexto planteado.
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