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Esta nota tiene más de un año

Los problemas que surgen cuando la ciencia se acelera

Si tenés sólo unos segundos, leé estas líneas:
  • En el contexto de la pandemia, muchos científicos están publicando más rápido que en otros momentos para compartir información sobre lo que investigan.
  • Hay ciertos riesgos que vienen con ese apuro: los trabajos no pasan por las revisiones habituales y eso puede llevar a la difusión de estudios poco precisos o rigurosos.
  • Esta nota de The Conversation explica la situación.

Sólo pasaron algunas semanas desde que el coronavirus fue declarado una pandemia. La velocidad con la que el virus SARS-CoV-2 se propagó en todo el mundo es sorprendente, pero igual de impresionante es la velocidad con la que los científicos y médicos clínicos respondieron.

Yo soy un especialista en farmacoterapia y llevo décadas trabajando con tratamientos para enfermedades infecciosas. La velocidad y la implementación sin precedentes de las investigaciones científicas que se están llevando a cabo me emocionan y preocupan al mismo tiempo. Por supuesto que la rapidez es importante ante una crisis como la de la COVID-19. Sin embargo, puede ser un riesgo para la investigación, interpretación e implementación de la ciencia.

Mientras mayor es la urgencia por publicar e implementar tratamientos científicos, mayores son las probabilidades de que no sean confiables. Si además tenemos en cuenta el pánico y estrés de la pandemia actual, es más difícil asegurarse de que la información adecuada se comunique y adopte correctamente. Por último, órganos rectores como la Organización Mundial de la Salud (OMS), los políticos y los medios representan fuentes confiables de comunicación y hacedores de política. Cada paso (investigación, interpretación, política) cuenta con salvaguardias para asegurarse de que la información correcta se adquiera, interprete e implemente. Pero la velocidad y el pánico están poniendo estas medidas de seguridad a prueba como nunca antes.

Urgencia sin precedentes

El proceso de llevar una idea de la teoría a la implementación a través de pruebas se refinó en los tiempos modernos para asegurarse de que los estudios y publicaciones médicas sean correctos y precisos.

Una vez que se termina la investigación, los científicos analizan los resultados y escriben un manuscrito original. Luego lo envían a una revista médica, donde es analizado por expertos de esa área que verifican si los métodos, análisis y conclusiones son correctos. Si aceptan el artículo, se edita y publica en una revista.

A continuación, grupos como la OMS, sociedades médicas y agencias gubernamentales evalúan esta información junto con otros artículos basados en pruebas para decidir si es necesario establecer nuevas recomendaciones o cambiar las anteriores. Para que un estudio se publique, por lo general se tardan desde varios meses hasta más de un año. No obstante, la urgencia por publicar en la web durante esta pandemia acortó este marco temporal a entre una y dos semanas en varios casos.

También hubo un gran aumento de preimpresiones, o preprint, estudios publicados en servidores que no fueron sometidos a revisión por pares. Las preimpresiones son un buen ejemplo del riesgo que conlleva dar a conocer información muy rápido.

El 17 de marzo, un grupo de científicos franceses publicó en internet una preimpresión de un artículo clínico que promocionaba el uso exitoso de la hidroxicloroquina en pacientes con COVID-19. A pesar de la atención recibida por los medios y el gobierno, el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos (NIAID, por sus siglas en inglés), Anthony Fauci, lo clasificó de “anecdótico” por su débil diseño experimental.

El 3 de abril, la International Society of Antimicrobial Chemotherapy (ISAC), la organización patrocinadora de la revista donde se publicó el estudio, señaló estar de acuerdo con Fauci y aseguró que “el artículo no cumplió con los estándares requeridos por la Sociedad” y que “aunque la ISAC reconoce la importancia de ayudar a la comunidad científica publicando información rápido, esto no puede suceder a expensas de una investigación científica minuciosa y de las mejores prácticas”. Es posible que el debate sobre la utilidad de la hidroxicloroquina continúe hasta que se completen ensayos bien diseñados.

Los pasos específicos de la investigación científica, seguidos por la revisión editorial, son vallas de contención. Si no se respetan, se corre el serio riesgo que las organizaciones políticas cometan errores importantes, a pesar de sus buenas intenciones.

Cuando la urgencia y el pánico se encuentran

Ningún caso sirve de mejor ejemplo para demostrar cómo las instituciones de confianza pueden hacer recomendaciones malinformadas que el del reciente fiasco del ibuprofeno.

La fiebre es uno de los primeros y más comunes síntomas de la COVID-19 y el ibuprofeno es uno de los medicamentos más usados en el mundo para combatirla. En una carta publicada en la revista científica The Lancet Respiratory Medicine, un grupo de investigadores europeos expresó su preocupación sobre la posibilidad que tenía el ibuprofeno de empeorar los síntomas de la COVID-19. La idea es que como el ibuprofeno aumenta la cantidad de ECA2 en las células humanas, la proteína que usa el coronavirus para ingresar en las células pulmonares, el virus puede infectar dichas células más fácilmente si la persona está tomando ibuprofeno. Esto no fue un estudio ni presentó suficientes pruebas experimentales; solo se trataba de una preocupación teórica basada en un mecanismo.

Tres días después de la publicación de la carta, el ministro de Salud francés tuiteó un mensaje en donde le pedía a la gente que evite el ibuprofeno para la fiebre asociada al coronavirus en base a cuatro casos “citados” de personas que empeoraron después de tomar ibuprofeno. Estos casos nunca se publicaron en ninguna revista médica. Más tarde, el ministro de Salud francés prohibió combatir la fiebre de la COVID-19 con antiinflamatorios no esteroides como el ibuprofeno. La OMS tuiteó una advertencia similar. Los medios los siguieron con más casos anecdóticos, relacionando de manera dudosa el empeoramiento de los primeros síntomas con el uso de ibuprofeno y citando la carta como un “estudio”, lo que aumentó la confusión y el miedo.

La carta de The Lancet también conjeturaba sobre la posibilidad de que otros dos medicamentos usados comúnmente para la hipertensión y la diabetes, los inhibidores de la ECA (IECA) y los bloqueantes de los receptores de la angiotensina (BRA), sean problemáticos para las personas con COVID-19. Sin embargo, el mecanismo que postularon no estaba descrito en su totalidad y no tenía en cuenta que una proteína promovida por estos medicamentos puede ayudar a reducir la inflamación y el daño en los tejidos de los pulmones y el corazón.

La respuesta

Esta carta de The Lancet burló los salvaguardias de las investigaciones y de la interpretación institucional y mediática, pero uno de los pasatiempos más antiguos de la ciencia, marcar los errores de otros, restableció la paciencia y la perspectiva.

Los científicos y médicos clínicos respondieron con velocidad, apoyando el uso de ibuprofeno en pacientes con COVID-19. El apoyo se resumió en una publicación. Como respuesta, la OMS rápidamente cambió su posición con respecto al ibuprofeno.

Hubo una respuesta de una rapidez similar a las declaraciones sobre los BRA. Tan solo días después de la publicación de la carta, tres importantes grupos de cardiología, incluyendo la American Heart Association, publicaron una declaración conjunta en donde le pedían a los profesionales que no discontinuaran los IECA y BRA en sus pacientes.

La relación entre los riesgos y los beneficios siempre es un factor clínico en el uso de cualquier medicamento en cualquier paciente. Sin embargo, el riesgo no debe ser sólo teórico para que se discontinúe el uso de un medicamento o se implemente un cambio importante en su política.

Algo de perspectiva

Mientras el coronavirus arrasa en los Estados Unidos, es de extrema importancia saber si medicamentos que se usan en la cotideaneidad como el ibuprofeno o los BRA son riesgosos, neutrales o de potencial terapéutico. Hay maneras de saberlo con rapidez. Los investigadores pueden buscar correlaciones entre el uso de ibuprofeno o BRA e infecciones más severas o muertes, por ejemplo. Y estamos realizando estudios clínicos porque podemos y debemos hacerlo. Hay varios ensayos que se están llevando a cabo y que evaluan los efectos y riesgos de los BRA en pacientes con COVID-19. De igual manera, hasta que se terminen los estudios científicos, es tonto y potencialmente peligroso escaparle a medicamentos importantes y clínicamente verificados.

Los científicos y hacedores de políticas públicas deben actuar rápido y evitar dar pasos en falso. Llevar a cabo estudios de manera correcta y con el método científico adecuado, los textos con revisiones de pares y las interpretaciones convincentes después de su publicación son salvaguardias necesarios que aseguran que se prescriban y provean los mejores y más seguros medicamentos. La presión y desesperación del momento están obligando a los científicos y hacedores de política a innovar y actuar con velocidad, pero lo que se haga tiene que mantenerse dentro de los conceptos rectores de la investigación científica.

 

Si querés estar mejor informado sobre la pandemia, entrá al Especial Coronavirus.

Esta nota fue publicada originalmente en inglés por The Conversation el 9/04/2020 y traducida al español por Malena Saralegui para Chequeado. 

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