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Fisiología de las ideas políticas: por qué votamos a quienes votamos

Si tenés sólo unos segundos, leé estas líneas:
  • Las conductas humanas complejas, como el voto, responden a motivaciones muy diversas: la experiencia personal, la crianza, la cultura y la biología. Ninguno de estos factores explica por sí mismo la conducta, pero pueden analizarse por separado.
  • Aunque quienes se encuentran en los extremos ideológicos tienden a confirmar sus ideas previas con nueva información, quienes no lo hacen son capaces de evaluar críticamente los nuevos datos y cambiar de posición.
  • Conocer más y más críticamente a quienes votamos nos ayuda a superar los sesgos y ser más autónomos en nuestras decisiones políticas.

¿Por qué votamos a quienes votamos? ¿De dónde surgen nuestras ideas políticas? ¿Vienen “formateados” nuestros cerebros para adoptar ciertas ideologías?

Responder a estas preguntas es difícil, porque la conducta humana no se puede explicar por una sola razón; menos aún por razones exclusivamente biológicas. 

El positivismo, por ejemplo, que fue una escuela científica y filosófica muy importante en el siglo XIX, llegó a postular que existían bases biológicas para explicar las diferencias culturales, sociales, de conducta criminal, etc. Estas ideas derivaron, muchas veces, en explicaciones racistas: los judíos tienen una tendencia natural a ser avaros; los latinos son más pasionales y menos inteligentes; los nativos americanos son menos trabajadores, etc. Esas afirmaciones son directamente falsas: no tienen sustento científico ni biológico, ni antropológico, ni sociológico.

Sin embargo, cuando una persona lee o escucha esas ideas puede sentirse más inclinada a creerlas o a no creerlas; sin saber por qué, a veces estamos más dispuestos a creer en algunas ideas, y no otras. Esto puede ser por la crianza (los valores, creencias o ideas compartidos en nuestro entorno familiar más cercano), la cultura (valores, saberes y creencias más generales, compartidos socialmente) y… sí, también la biología.

Con estas aclaraciones, ahora sí, acompañanos a explorar un poco más, a ver qué podemos aprender de la fisiología de las ideas políticas.

El miedo y las ideas políticas

¿Te acordás del atentado a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001? El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, representante del partido más conservador (el partido republicano), no tenía mucha popularidad, y su gestión de gobierno era medio floja. Sin embargo, después de la conmoción causada por el ataque terrorista, su popularidad aumentó enormemente. ¿Será que el miedo tiene algo que ver con las ideologías más conservadoras?

El miedo se puede medir de diferentes maneras. Una de ellas es la humedad en la piel: cuando sentimos miedo, excitación o euforia, la humedad aumenta, y puede medirse pasando una corriente eléctrica imperceptible de un lugar a otro del cuerpo (la humedad superficial cambia la circulación de electricidad y ese cambio se puede medir mediante un parámetro llamado “conductancia”). Así, cuanto mayor es el miedo, mayor es la humedad y la electricidad circula más rápido. 

La conductancia no mide solamente el miedo, sino que puede aumentar por otras reacciones emocionales. Por eso se la puede complementar con el análisis de los movimientos musculares involuntarios: cuando algo nos da miedo, contraemos los músculos, cerramos los ojos, probablemente para proteger nuestros órganos vitales más delicados. Entonces, si aumenta la conductancia en la piel y los movimientos musculares involuntarios son más intensos, podemos asumir que mayor es el miedo que experimenta una persona. 

Un  grupo de científicos norteamericanos analizó la relación entre miedo e ideas políticas, midiendo estas dos variables. Organizó un experimento con 46 participantes, a quienes se les mostró una serie de 30 imágenes indiferentes (un paisaje, un auto, nenes jugando), entre las que había 3 imágenes amenazantes (una araña enorme en la cara de una persona, una persona ensangrentada con cara de terror, y una herida llena de gusanos). 

Mientras las observaban, el equipo midió la conductancia en la piel. Después, hicieron otro experimento, menos simpático: provocaron un estímulo sorpresivo (un sonido fuerte y repentino, como hacer explotar un petardo) y midieron la intensidad con que la gente cerraba los ojos. Terminados los experimentos, las personas que participaron tenían que completar un cuestionario en el que se les preguntó si estaban de acuerdo o no con una serie de afirmaciones políticas. 

Algunas de ellas ya habían sido identificados como importantes para individuos que se consideraban “de derecha” o “más conservadores”; por ejemplo, el apoyo a gastos militares, los allanamientos sin garantías, la pena de muerte, rezar en la escuela, la oposición a la inmigración, al matrimonio entre personas del mismo sexo, al derecho al aborto, etc. 

¿Cuál fue el resultado?  Las personas más identificadas con las ideas conservadoras (apoyo a gastos militares, pena de muerte, etc.) mostraron una mayor respuesta de conductancia de la piel ante las 3 imágenes amenazantes que las menos conservadoras (más “progresistas”). No se encontraron diferencias en la conductancia de la piel en respuesta a las imágenes no amenazantes. 

Con respecto a la intensidad con la que cerraron los ojos ante los sonidos fuertes, los individuos identificados con las ideas más conservadoras cerraron los ojos con más fuerza que los otros. Los científicos concluyeron que existe una correlación entre las respuestas fisiológicas a una amenaza y actitudes políticas, en particular, aquellas relacionadas a la protección individual, la religión y la ampliación o no de algunos derechos. 

Algunos años después, otro equipo hizo un experimento similar: analizó la conductancia de la piel de participantes que se identificaban con ideas más progresistas o más conservadoras mientras miraban imágenes más placenteras (bebés, gatitos, flores) o displacenteras (accidentes, personas lastimadas o enfermas, etc.). Los resultados mostraron que las personas más progresistas aumentaban sus reacciones positivas frente a las imágenes placenteras (un niño sonriendo o un lindo conejito). 

 Además, los conservadores pasaron más tiempo con la mirada fija en las imágenes negativas, mientras que los progresistas pasaron más tiempo con la mirada fija en las imágenes positivas.

¿Significa esto que si sos una persona miedosa, entonces vas a ser más conservadora? ¿Significa que las personas conservadoras adquieren, con el tiempo, más miedos? La verdad es que no lo sabemos; se trata de “correlaciones” (es decir, hechos que suceden al mismo tiempo), pero eso no significa que sean relaciones causales. Sin embargo, estos resultados tienen sentido: personas con más miedo a la incertidumbre son más resistentes a los cambios sociales.

¿Es todo una cuestión de actitud?

¿Qué pasa con el placer, el asco o el desagrado? ¿Tienen relación las emociones con las ideas políticas? Un estudio publicado en 2014 buscó responder estas preguntas midiendo la respuesta cerebral de 83 participantes que observaron una serie de imágenes neutras o emocionalmente cargadas. Para ello, primero se les pidió que clasificaran imágenes según fueran “agradables”, “desagradables” o “amenazantes”. 

Después vino un cuestionario de ideas políticas: como en el experimento anterior, se les pedía que establecieran su acuerdo o desacuerdo con afirmaciones consideradas más conservadoras o más progresistas. De este cuestionario surgieron tres grupos: 28 progresistas, 27 moderados y 28 conservadores. Finalmente, se hizo el experimento: las 83 personas observaron las imágenes que consideraban agradables, desagradables, amenazantes o neutras mientras les hacían una resonancia magnética funcional. 

Aunque los tres grupos de participantes habían clasificado de manera parecida las imágenes, a la hora de hacer la resonancia, sus cerebros se comportaron de manera diferente. Las personas más conservadoras mostraron una actividad diferente a la del cerebro de las más progresistas, especialmente para las imágenes desagradables relacionadas con heridas, enfermedades, etc. (relacionadas con lo orgánico o animal). O sea que los circuitos cerebrales que se activaron en respuesta a estas imágenes fueron diferentes para conservadores y progresistas a pesar de que conscientemente estas diferencias no se vieron.

El equipo de investigación dio un paso más: ¿será posible diferenciar las ideas políticas según las reacciones cerebrales frente a imágenes desagradables? Para responder esta pregunta, programaron un algoritmo con los datos de las resonancias y después, con tan sólo una imagen, le preguntaron si podía determinar a qué grupo pertenecía. Las imágenes desagradables que recordaban algo animal (heridas abiertas, por ejemplo) fueron las más potentes para predecir la orientación política, seguidas por las relacionadas con la contaminación (gusanos en los ravioles, por ejemplo). 

La actividad de muchas regiones cerebrales difirió entre progresistas y conservadores, incluyendo varias involucradas en el procesamiento del asco y de estímulos amenazantes. Las regiones cerebrales asociadas al reconocimiento del asco y a la percepción del dolor se activaron más en los cerebros de los individuos categorizados como conservadores. 

Varias de las estructuras y redes más activadas en el cerebro de las personas conservadoras están relacionadas con el procesamiento de estímulos con carga negativa (asco, amenaza, etc.), pero no con el de estímulos placenteros. O sea: los conservadores tendrían un sesgo un poco más negativo que los progresistas.

¿Se trata de una relación causal? ¿Las personas que se enfocan más en aspectos negativos de la vida son más conservadoras, y la gente progresista es más positiva? No. Es posible suponer, sin embargo, que nuestra experiencia ambiental (familiar, educativa, cultural) interactúa con ciertos rasgos fisiológicos previos que nos predisponen a desarrollar cierta orientación ideológica.

Política y asco

En términos evolutivos, el asco está vinculado a la supervivencia: un cuerpo en descomposición o una zona contaminada nos dan asco (por el olfato o la vista) porque son peligrosos para nosotros. En un sentido general, podría decirse que el asco fisiológico (esa sensación de náuseas, descomposición, ganas de vomitar o salir corriendo) está vinculado a la descomposición, a la pérdida de la pureza. Así, un pan fresco nos da placer, tanto en el olfato como a la vista; un pan lleno de hongos y con mal olor, nos produce asco.

En  términos sociales, el “asco moral” también está asociado a las ideas de pureza. Algunas ideas conservadoras -como las políticas anti inmigratorias o la restricción de derechos para minorías- se basan en que ciertos comportamientos son vistos como antinaturales o impuros. Por ejemplo, si pensás que el aborto es mutilar y asesinar a un bebé, vas a sentir un desagrado muy personal; si, en cambio, considerás que el embrión no es una persona humana, la sensación va a ser muy distinta. 

Como el asco o el desagrado están asociados con la percepción de violaciones de normas de pureza (en este caso, preservar la vida humana), la sensibilidad a estímulos desagradables estaría vinculada a esas violaciones.

Para entender mejor esa relación, se hizo un estudio de reacciones frente a imágenes que se percibían como asquerosas. El equipo científico seleccionó 5 imágenes que generaron reacciones potentes y específicas de asco entre 126 personas: un hombre comiéndose un puñado de gusanos vivos, un cuerpo vivo horriblemente mutilado, excremento humano flotando en un inodoro, una herida sangrienta y una herida abierta llena de gusanos. 

Luego reunieron a 50 participantes que anteriormente habían realizado una serie de encuestas sobre su posición política, incluyendo sus posiciones con respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo, el sexo pre-marital y la pornografía. Los participantes vieron una serie de imágenes entre las que se hallaban las 5 desagradables mientras se les midió la frecuencia cardíaca y la conductancia de la piel. 

Los resultados del estudio mostraron que las 5 imágenes más asquerosas generaron un aumento en la conductancia de la piel en todos los sujetos, pero fue significativamente más alta para los que habían reportado estar en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo. La frecuencia cardíaca, en cambio, no mostró diferencias entre los grupos. 

Otro resultado interesante fue que la diferencia en la respuesta ante las imágenes desagradables sólo fue significativa en relación al matrimonio igualitario, pero no en relación al sexo pre-marital o la pornografía. 

O sea, se observó que quienes se oponían a matrimonio de personas del mismo sexo tenían una sensación de asco más exacerbada que quienes no lo hacían. Como con las imágenes amenazantes, la reacción fisiológica a imágenes puramente desagradables que nada tenían que ver con ningún tipo de ideología se correlacionó con la posición respecto al matrimonio igualitario. Algo parecido se observó con respecto a mensajes verbales, no solamente a imágenes.

En suma: un mecanismo fisiológico que sirvió para protegernos de la contaminación podría haber derivado en un juicio moral asociado a ideologías políticas más conservadoras.

Votamos por la cara

¿Realmente conocés a las personas que votás? ¿Cómo sabés qué es lo que realmente piensan, desean, quieren hacer si son elegidas? Un estudio del año 2005 muestra que, más allá del conocimiento previo, las ideologías o las plataformas electorales, la cara tiene un rol fundamental en la preferencia de candidatos. 

El equipo de investigadores reunió a un grupo de participantes y les presentó dos fotos de la cara de candidatos y candidatas a elecciones legislativas en Estados Unidos. Las fotos fueron presentadas en una pantalla de a pares durante un segundo: uno de los candidatos había resultado ganador y el otro había salido segundo. El análisis coincidió con el resultado de todas las elecciones evaluadas en un 71,6%, y logró predecir una elección futura en un 66,8%. 

¿Habrá sido cuestión de tiempo? ¿Qué pasa si la gente tiene más de un segundo para decidir a quién votar? El equipo repitió el experimento, esta vez sin poner límite de tiempo, y los resultados fueron los mismos. Además, la probabilidad de que cada candidato fuera el que finalmente ganó la elección estuvo asociada a la proporción de participantes que lo consideraron más competente. Cuantas más personas consideraron el rostro como más competente, mayor coincidencia con el resultado de la elección real.

Un equipo suizo repitió el experimento, pero esta vez con participantes adultos y niños, que debían seleccionar quién era mejor líder entre 2 fotos de candidatos a las elecciones parlamentarias de Francia. Los adultos predijeron el resultado electoral en un 70%, mientras que los niños lo hicieron en un 71%, igual que con los candidatos norteamericanos.

Los resultados de estos experimentos indican que la manera en la que los adultos realizan estos juicios basados en primeras impresiones podría ser similar a los mecanismos que usan los niños cuando eligen miembros para, por ejemplo, jugar un picadito.

El voto y la buena onda

Muchas veces, los equipos de campaña confían en que un clima de alegría (por ejemplo, porque la Selección ganó la Copa América) se puede trasladar a los candidatos; por eso los políticos en el cargo buscan sacarse fotos y celebrar cuando ganan, y desaparecen en la sombra cuando pierden. ¿Es tan así? ¿Influye el bienestar generado por un evento aleatorio en las decisiones políticas?

Un equipo de la Universidad de Stanford quiso responder esta pregunta, y analizó la relación entre resultados electorales locales (en el nivel de los municipios) y eventos deportivos locales (equipos de fútbol americano) entre 1964 y 2008. La idea era que un aumento en la sensación de bienestar por un evento aleatorio e irrelevante políticamente, como un campeonato deportivo, podía transferirse a una sensación de bienestar con la gestión presente del candidato o partido político. 

Analizaron el efecto de los 2  partidos previos a la elección y encontraron que, si el equipo local había ganado dentro de esas 2  semanas, esto sumaba entre 1.05 y 1.47 puntos al partido gobernante. En los casos de los equipos más convocantes, las victorias aumentaban entre 2,30 y 2,42 puntos el caudal de votos al partido que ejercía el poder en ese momento. En un segundo estudio, hecho con fans del básquet, el impacto de los resultados deportivos en la evaluación del ex presidente Barack Obama iba de 2.3 hasta 5 puntos porcentuales en los más fanáticos.

Ahora bien, esto tiene un límite: cuando la fuente del bienestar se hace consciente, y advertimos que nos sentimos bien por los resultados deportivos, el efecto se desvanece, y ya no afecta nuestras decisiones políticas.

La grieta también está en el cerebro (y cómo cerrarla)

Si una investigación periodística o incluso judicial da pruebas de que mi candidato o candidata es corrupto, no le voy a creer. En cambio, si me muestra que el candidato opositor lo es, lo voy a creer de inmediato. No, no es un problema de la Argentina; es un sesgo cognitivo que influye en las decisiones políticas en todo el mundo.

Se llama “sesgo de confirmación”, y nos lleva a adoptar sólo la información que es congruente con nuestras creencias, y a descartar la que es incongruente. Un experimento realizado en Estados Unidos lo analizó, mostrando a los participantes una frase de un candidato y luego información que la contradecía. Si el candidato había prometido aumentar las jubilaciones, la información mostraba que las había bajado; si prometía bajar la inflación, los datos mostraban que había aumentado. 

Los resultados fueron contundentes: las personas que eran republicanas identificaban inmediatamente las contradicciones de los candidatos demócratas, y viceversa. Cuando detectaban una contradicción en candidatos de sus propios partidos, en cambio, primero se activaban zonas del cerebro relacionadas con el miedo y con el procesamiento de emociones negativas. 

Luego se activaban zonas relacionadas con la memoria, como el hipocampo, para buscar información que reforzara las creencias previas y resolviera la contradicción. Una vez activado el sesgo, y resuelta la incongruencia a favor de sus creencias previas, se activaban los circuitos de recompensa, es decir, los circuitos que generan placer.

Sí, a los fanáticos les encanta tener razón.

Esto no significa, sin embargo, que nadie pueda cambiar de opinión; que vengamos programados con ideas inmodificables. Por el contrario, excepto en los fanáticos, que tienen ideas dogmáticas y no están dispuestos a cambiar de opinión, las personas que desarrollan un pensamiento más crítico y pueden distanciarse de sus propias creencias, evalúan mejor la información y toman mejores decisiones

Un experimento reciente realizó una simulación de elección para evaluar cuánto influía el razonamiento motivado a la hora de votar, es decir, hasta qué punto las personas son capaces de quitarle peso o mover la vara de sus creencias sobre sus candidatos cuando hay evidencia que las  pone en juego. Para eso, se reunió a 207 personas y se les presentó un escenario ficticio -pero realista- de elecciones. Cada candidato dio un discurso, y los participantes completaron una encuesta diciendo a quién votarían. 

Al rato, comenzaron a manipular esos discursos, para que la información fuera un poco más incongruente: o sea, si estás a favor de la legalización del aborto, el candidato que habías elegido empezaba a dar razones en contra; y así con un montón de información más. El objetivo era ver si las personas efectivamente seguían con su razonamiento motivado, y mantenían su elección a pesar de la incongruencia, o no: si cambiaban de idea al decidir que ya no les gustaba un candidato. 

Los resultados mostraron que, efectivamente, las personas podemos llegar a un punto de inflexión después del cual comenzamos a actualizar con más precisión nuestras evaluaciones. Esto significa que los votantes no somos inmunes a la refutación de la información. Aunque tengamos razonamientos motivados, la capacidad de incorporar críticamente nueva información nos puede llevar a cambiar de opinión. Quizás el problema sea llegar a ese punto de inflexión en un mundo extremadamente polarizado.

En otras palabras: aunque los sesgos y la manipulación afectiva existen, conocer más y más críticamente a quienes votamos nos ayuda a superarlos y ser más autónomos en nuestras decisiones políticas.

 

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