¿Sonarse mucho los dedos puede producir artritis?
Prácticamente todos nos hemos sonado alguna vez los dedos. Con mayor o menor destreza, cada cual tiene su técnica: algunos aprietan el puño con la otra mano, otros se entrelazan los dedos y se estiran con las palmas hacia afuera y están aquellos que directamente tiran de los dedos. Eso sí, el verdadero sonador no para hasta oír el ¡crack! Y los expertos pueden lograrlo no sólo con los nudillos sino también con el cuello, las muñecas, las rodillas y, esencialmente, cualquier parte del cuerpo en donde tengamos articulaciones porque resulta ser que allí está la clave. O, al menos, eso parece.
Las articulaciones son el punto de contacto de dos huesos separados, o bien un hueso y cartílago o un hueso y los dientes. Se dividen en sinoviales, fibrosas y cartilaginosas y cada cual tiene sus características. A nosotros, en este caso, nos importan las sinoviales que están rodeadas por una cápsula que contiene un líquido espeso y claro llamado, lógicamente, fluido sinovial. Si no tuviéramos este líquido, el roce entre los huesos terminaría desgastándolos pero gracias a él se reducen las fricciones y se pueden mover las articulaciones sin problemas.
Hay varias hipótesis acerca de la razón por la cual se escucha el ¡crack! (pueden leerlas aquí) pero la que cuenta con mayor evidencia científica (por ejemplo aquí y aquí) es la que se conoce como cavitación. En el fluido sinovial, al igual que en todos los fluidos de nuestro cuerpo, hay gases disueltos. Cuando estiramos los dedos forzamos a los huesos a separarse y esto estira la cápsula sinovial. El aumento de volumen necesariamente lleva a una disminución de la presión. Y pasa algo parecido a cuando abrimos una gaseosa: los gases disueltos (mayormente el dióxido de carbono) quieren escapar y forman burbujas. Cuando las articulaciones vuelven a su posición inicial, estas burbujas revientan y… ¡crack! Ese es el ruido que oímos. Una vez que esto ocurre, los gases tardan unos 30 minutos en volver a disolverse en el fluido sinovial y por eso, durante ese tiempo llamado “período refractario”, por más que los estiremos, los dedos no vuelven a sonar.
Ahora que ya sabemos qué es lo que ocurre, la pregunta es ¿tendrá algún efecto negativo?
Se ve que las advertencias de las madres han calado hondo en varias generaciones porque hay un montón de estudios que analizan la relación entre sonarse los nudillos y un mayor riesgo de desarrollar artritis (se pueden ver aquí, aquí y aquí, entre otros). Por suerte, la gran mayoría coincide en que no hay ninguna. Es decir que no importa cuán frecuentemente lo hagamos ni durante cuántos años el riesgo de padecer artritis no aumenta con esta práctica. Y cuando digo “ni durante cuántos años” estoy hablando muy en serio. El doctor en Medicina Donald Unger fue uno de esos niños a quien sus padres le insistieron con que no se sonara los dedos. Para probar si era cierto se dedicó a sonarse todos los días los nudillos de su mano derecha mas no los de su mano izquierda y al cabo de más de 60 años (sí ¡60 años!) cuando fue examinado no le encontraron rastros de artritis en ninguna de sus dos manos, ni tampoco diferencias significativas entre ambas. Por este trabajo en el año 2009 ganó un premio IgNobel (paralelos a los premios Nobel para las investigaciones que primero te hacen reír y después pensar. Esta es la página oficial para que se rían un rato con algunas investigaciones disparatadas).
Pero, nobleza obliga, hay que decir que sí se ha encontrado que en personas que se suenan los dedos muy frecuentemente puede ocurrir un pequeño debilitamiento en los tejidos de las articulaciones y son más propensas a sufrir hinchazón y debilitamiento en las manos. Hay incluso un estudio que encontró la aguja en el pajar: dos casos de pacientes que se lastimaron severamente por sonarse los dedos. Por supuesto, nunca está de más decirlo, las personas que de por sí tienen problemas en las articulaciones corren riesgo de lesiones.
Nuevamente la Ciencia contribuye a desentrañar los misterios de la vida cotidiana.
*Doctora en Química de la UBA, docente del Depto. de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) e investigadora del CONICET. Columnista en “Científicos Industria Argentina”. Autora de los libros “Los remedios de la abuela. Mitos y verdades de la medicina casera” y “Científicas: cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera)” (ambos pertenecientes a la Colección Ciencia que ladra, Ed. Siglo XXI).
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Comentarios
Lo unico que me preocupa es que al envejecer tenga problemas de espalda. Estoy promediando mis 20 años y a veces me duele bastante, dolor que unicamente puedo calmar sonandola.
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